EL CARBONERO Y OTROS ASUNTOS
Estás más tiznao que un carbonero, me decía mi madre cuando llegaba sucio a casa después de navegar toda una tarde por los cortinales del tejar de Elías, el de Conducta, allá por las traseras del barrio Cuenca. Lávate, que vienes hecho un Ecce Homo. Y el niño, obediente, se lava sin rechistar. Nada de decir me lavo después.
Yo sabía que el carbonero era aquél que hacía carbón. Siempre tuve curiosidad por saber la forma de realizar este trabajo, y ya mayorcito, tuve la ocasión de que me lo explicara, jolín, ahora no me acuerdo cómo se llama o se llamaba, esto de olvidar los nombres de las personas… me llevan los demonios. Pues no me acuerdo…¿Juan? Sí, me entero estas Navidades pasadas que falleció en un accidente de moto. Descanse en paz.
Para explicarme el proceso de elaboración, a esto le llamo yo metodología y didáctica, me lo dividió por fases, así me quedaría más claro. A ver si pongo en pie los apuntes que hice aquel día sobre la marcha.
Cuando había que arrancar una encina, me dijo, se inspeccionaba bien cuál iba a seleccionarse para tal menester. Con una “cavaera” descuajaban la encina, se cortaban las raíces haciendo un gran hoyo y se dejaba la encina descarnada. Hechas tales minucias, se le ataba una gruesa soga lo más alto posible y tiraban de ella con toda el alma hasta echar el arbolito abajo, con gran alborozo por parte de los forzudos, como si de un gran gigante se hubiera tratado, separando a continuación los troncos de las taramas.
Si no se trataba de arrancar una encina, sino de ir viendo aquellas que tuvieran ramas secas, podaban éstas y las excesivamente gruesas que pudieran impedir el crecimiento del árbol para una mayor abundancia en la obtención de bellotas.
A continuación se separaban las ramas finas y se troceaban los leños para darle el tamaño adecuado para la ejecución del horno que posteriormente vendrá. Esta leña se transportaba a continuación al lugar donde se ubicará la carbonera, trasladándola en bestias de carga o en carro. Lo mejor es hacerla en un sitio llano y bien asentado para evitar la entrada de aire a través del suelo, pues de esa manera se evitan las corrientes y se puede controlar el fuego durante la carbonización; el entramado de la carbonera se asienta sobre una base en forma circular.
Seguidamente se apila la leña según su tamaño, la más gruesa abajo, en la base, y la más menuda, encima, en capas superpuestas para que tape la que está en primer lugar. Una vez hecho el montón, se cubre de jaras secas, paja, para finalmente cubrirlo con tierra.
Se finaliza el montón con unos leños dispuestos en forma de escalera para poder subir y andar por el horno.
Ya está listo para combustión.
El encendido se efectúa mediante unas troneras o aberturas. Una vez abierta por uno de los lados se introduce madera ardiendo, normalmente con una pala con brasas incandescentes y a continuación se tapa, se abren otras troneras para permitir la respiración del horno y así dirigir el fuego hacia donde se desee.
Se abre una tronera por la parte superior y para que no se extienda el fuego por toda esa parte, se le practica una abertura por abajo. A las diez o doce horas, el horno, mediante la combustión, se “ha bajao”, se retira la primera capa de arriba, y nuevamente se rellena con leña nueva, cubriéndola una vez más con tierra.
Con una vara larga, tizonero, se pincha la superficie del horno abriendo nuevos huecos –lumbreras, respiraderos – por los que entra el aire que avivará la combustión, dependiendo, claro está, del número de respiraderos que se practiquen. Con una combustión demasiada rápida, el carbón se quemará, obteniéndose carbonilla. Si demasiado lenta, habrá zonas mal cocidas, consiguiendo tizones que impregnará de humo toda la estancia una vez prendido y te fastidiará la pituitaria cuando estés guisando.
La cocción del horno, por lo que me explicaba, se reconoce por la disminución del volumen y por la densidad y color del humo. Si el humo es blanco o azulado, hay que dirigir la cocción a otros puntos de la carbonera y que así siga el proceso de combustión del boliche.
Cuando se intuye que el carbón está hecho, se tapan los respiraderos evitando así la entrada absoluta de aire. En dos o tres días se apagará.
Para retirar el carbón, obviamente se tiene que apagar el fuego y enfriarse el boliche. Hay que retirar la tierra que cubre el horno, no por toda la superficie, sino por sectores, cubriéndola con tierra más fina y abriendo nuevas troneras y de esta forma dirigir el fuego a los sectores restantes y finalizar la hornada.
A todo esto, hay que tener una vigilancia continua, tanto durante la noche como durante el día, para que no se reavive el fuego. Combustionado el boliche, ya tenemos el carbón, el picón y la carbonilla. Sólo queda transportarlo mediante caballería en los serones y aquellos sacos de yute tiznados de utilizarlos de un año sí y otro también.
Yo he ido montones de veces a casa de José, el de Carmen la piconera, en el Barrio Cuenca, para que llevara a mi casa carbón para el anafre o picón para el brasero.
El carbonero por las esquinas
va pregonando carbón de encina.
Carbón de encina, cisco de roble.
La confianza no está en los hombres…
Qué buenos cocidos se hacían con el carbón. Así, a fuego lento, despacito, sin prisas, toda la mañana cociendo con el agua de canales, o del pozo del obrero, fina como ninguna. Con ese sonido del borboteo tan agradable al oído, el vapor saliendo por los bordes de la vasija de barro y un hilillo de caldo bajando por la barriga del puchero hasta las brasas. De vez en cuando, mi madre lo destapaba por si necesitaba echarle un poco de agua para que no se resecara y que hubiera suficiente caldo para las sopas de los próximos comensales.
El cocido salía buenísimo con esta parsimonia con la que se cocía. El ama de casa tenía que estar supeditada a la cocina prácticamente toda la mañana. Pero la dedicación no era exclusiva a este menester; así que, mientras tanto, también era buen momento para barrer y algocifar el suelo de la cocina que está un poco manchado del trasiego y algo embarrado, que lo puse yo, porque había ido al corral a hacer mis necesidades en el estercolero. Mientras estaba en estos ineludibles menesteres, una gallina me importunaba en mis quehaceres intestinales picoteando la deposición, no sin las debidas precauciones por parte del plumífero, que se acercaba con gestos rápidos tanto en la llegada como en la retirada.
Terminada mi faena, me limpio el culo con papel de periódico, del Hoy, que previamente mi padre lo cortaba en octavos más o menos. En invierno no era nada agradable que el aire te diera de lleno en el culo. El poco vello que entonces tenía se me ponía de punta y unos escalofríos me recorrían por la espalda, que estaba uno deseando terminar y dejar de estar en cuclillas con los pantaloncillos por las rodillas. Esto, queridos paisanos, sí que es pura escatología. El que lo haya hecho así, que levante la mano. A ver, ¿cuántos? Uno, dos, tres,…¡Eh, tú, levanta la mano, que yo te he visto!
Iba diciendo, se me va el santo al cielo, que mi madre, mientras el puchero cuece lentamente al calor del anafre, friega el suelo con la aljofifa, de rodillas como entonces se hacía. Menos mal que se le ocurrió a aquél de Zaragoza ponerle un palo a una bayeta de algodón para no tener que echarse al suelo e incorporarle a la vez un escurridor al cubo, pues si no todavía estarían las amas de casa con bursitis en las rodillas y dermatitis en las manos motivadas por la lejía que se mezclaba en el agua. ¿Guantes de goma? Y eso qué es. Vamos, nena, a pelo y luego te das un poquito con crema Bella Aurora en las manitas pa que se te pongan finas.
El gato está por allí con el rabo tieso p´arriba merodeando alredeó de la aljofifa y, de tanto en tanto, se agazapa como si quisiera saltar sobre el trapo y si de un juego se tratara. Era jovencito aún, todavía en período de aprendizaje y juguetón. Mi madre le dio con la bayeta en los hocicos y salió brincando por la puerta entreabierta que daba al corral y subió por el tronquillo de la parra que ya tenía sus zarcillos y que yo, cada vez que salía, le cortaba alguno para masticarlo y saborear el ácido de su savia. No puedo evitarlo, si veo una parra en tiempo de ello, no me retraigo de cortar uno y rememorar esos sabores de la infancia de los que tan impregnados nos sentimos cuando ya llegamos a cierta edad. Esos sí que eran sabores ecológicos. Limpiábamos el zarcillo presionándolo con el índice y el pulgar cuando veías que tenían cagadas de moscas o por quitarle el polvillo. Ya era suficiente. Y pregunto yo: ¿Por qué se cagan las moscas precisamente en los tallitos y no en las hojas que son más grandes? Aunque bien mirado, no sé qué era peor, si dejarle las cagadas, ya resecas, o que tú lo ensuciaras más todavía con las puercas manos de saltar por las paredes de los cortinales y de haber manoseado los galápagos que andaban por el corral entre los desperdicios de la estercolera. Me parece que entonces estábamos vacunados de todo y contra todo. Que yo recuerde, sólo nos vacunaban contra la viruela. Y aquí estamos dando guerra. Y si algún día te daba fiebre, somos humanos también los de mi época, pues mira, tú, llamaban a don Emiliano, o a don Rafael o a don Juan Merino y sin mandarte nada especial, con cosas de casa, te curaban en un par de días. Con un paño humedecido en agua fría te lo ponían en la frente unas pocas de veces y tira p´alante. ¿Un bollo en la frente? Esto era fácil: una moneda sobre la parte dañada y apretarla fuertemente con un bramante hasta que aquello bajara. ¡Así cualquiera, no te fastidia! O baja la hinchazón o baja, una de las dos opciones. Siempre bajaba, te lo aseguro. ¿No? Haz la prueba cuando te hagas un chichón. Pero no seas bruto, aprieta de tal manera que dejes circular la sangre. No vaya a ser que sea peor el remedio que la enfermedad.
Hombre, a veces tenían que inyectarte para los casos más graves, un resfriado, por ejemplo. Entonces, llegaba por allí don Isidro, el practicante, Isidrito pa los amigos, y ponía los bártulos que llevaba en un maletín sobre la camilla. Pedía el alcohol, no sé si escribe así, o simplemente alcol, que se acaba antes. En la tapa de aquella cajita metálica, que todos los practicantes llevaban, vertía un poco de alcohol, y en la otra parte de la cajita, más profunda, ponía agua. Con unas tijeras-pinzas anclada en el recipiente, donde ya había puesto la aguja y la jeringuilla, prendía el alcohol con una cerilla hasta que el agua hervía. Isidrito, ¡cuántas nalgas habrás visto y de toas clases, chacho!
Y si se te torcía un pie o te lastimabas un brazo, Paula la Guindaora, como por
ensalmo, te daba unos sobes con aceite y algún mejunje de hierba, y aquello era mano de santo.
También tenía esta rara habilidad María, la madre de Manolo del Coto. Y si no preguntádselo a mi cuñao Juanito, el Pollo, el de Teófilo, que en más de una ocasión pasó por sus manos. Mira tú, hasta tuvo que acostarse mi cuñao Juanito en la cama de mi otro cuñao, Manolo, porque una de las veces la cosa se puso chunga para tenerlo que encamar. Pero bicho malo nunca muere. Por ahí anda y sin cojear ni na.
Si de mal de ojo se trataba, aquello ya olía a santurrería casi laica. Digo casi laica, porque dentro del ritual se rezaban unas oraciones dedicadas a Dios y toda la corte celestial. Para esto, nadie como Juana la Guindaora, mujer llana algo entrada en carnes, de cara ancha y pelo entrecanoso con un moño recogido con una larga horquilla, un vestido negro casi hasta los pies, medias y zapatillas negras también, una esclavina del mismo color, hecha con agujas de lana, que le cubre los hombros ampliamente y un delantal de grandes bolsillos, de uno de los cuales sobresale el pico de un blanco pañuelo, atado a la cintura.
Refiero, pues, que mi mujer, entonces novia, se levantó como un bejino, de colorá que tenía la cara, con un calenturón de no te menees. En vista que no se le iba la calentura, no seáis capciosos, esto lo digo en términos médicos como podéis suponer, o sea, que no se le iba la fiebre, mi suegra llamó a la Juana para que, a ser posible, mediara en la cuestión febril, ya que intuía que aquello podría ser consecuencia de un mal de ojo que alguien debía haberle causado y deseado. Pues bien, allí llegó y se sentó en la camilla al calor del brasero, ya que el día estaba, como dicen en mi pueblo, pa está acostao con la mujé y no menearse de la cama. Pidió un plato con agua, le echó unas gotas de aceite y mirando la forma de expandirse el óleo, dedujo que bien podría ser lo del mal de ojo. Rezó no sé cuántas oraciones que yo no atisbaba a entender, tal era el bisbiseo con que pronunciaba tal retahíla de palabras. Yo no creo en estas cosas, pero lo que sí puedo atestiguar es que la calentura, la fiebre, le desapareció al poco tiempo, poniéndose fresca como una lechuga. Me gustaría que estuviese la Juana viva para que me dictara aquellas oraciones que aquel día no logré descifrar.
Yo debo tener la sangre algo envenenada. Nunca he tenido piojos y algo preocupado estoy por este detalle. La preocupación es por lo de la sangre, no por los piojos. Cuando cundían los bichitos, era corriente ver a las madres rebuscando entre la pelambrera de sus niños a la caza y captura de los indeseables inquilinos. Iban abriendo en canal la mata de pelo y, ojo avizor, escudriñaban cualquier resquicio hasta encontrar alguno. Visto un intruso – pobrecito - lo ponía entre los pulgares y qué agradable chasquidito cuando apretaba una uña contra otra. Qué gordos eran algunos. Con el hambre que se pasaba, qué bien alimentados estaban los granujas aquellos entre el elemento piloso. No era una tarea simple, una madre podía estar toda una tarde espulgando a toda la chiquillería. No contenta con eso, y para evitar nuevas invasiones piojales, sin miramientos de ningún tipo, con la tijera, Dios mío, qué horror, si era chico, empezaba a trasquilarle la cabeza, pues no se podía llamar de otra manera el adefesio en que el tal quedaba, pues el zagal aparecía hecho un Cristo sin
crucificar; vaya, que lo único que le quedaba al chaval es que lo clavaran en la cruz. Y qué cruz, Dios santo, pa´l pobre chiquillo. Y luego dicen que no hay discriminación de género.
Y a las zagalas ¿por qué no las trasquilaban? ¿Eh? ¿Por qué? Vamos, anda. La suerte que habéis tenío. Erais las privilegiás, las mimás, las considerás, las lloricas pa que no le cortaran la melena. Siempre con las muñequitas de trapo con dos trenzas de lana amarilla y con los ojos como platos, de labios pintarrajeados y sin orejas. ¿Por qué no le poníais orejas, eh? Teníais muñecas sordas y no os dabais cuenta de que no podía oíros cuando le hablabais. Si es que erais…bonitas der tó. Y aluego le hacíais la comidita en aquellos cacharrinos de vuestra cocinita, como si fuerais verdaderas mamás, y le metíais la cuchara por los ojos. ¡Anda que…! Y la poníais en la escupidera pa que hiciera pipí, qué palabra más cursi, sabiendo que no tenía chominillo ni na de na. ¡Es que…! Y cuando dejabais la muñeca, hala, a jugar al catre. Pa los que no saben, les diré que el catre no es una cama, no penséis mal. Era esa cosa rectangular que se rayaba en el suelo con un palo o con lo que tuvieran a mano y que dividían en seis partes para ir dando saltitos y arrastrar la rayuela, una tejoleta, de cuadro en cuadro, hasta que las niñas se cansaban de dar brincos como las cabras. ¡Vaya jueguecito mas aburrío!
Y encima, con calcetines a media pienna. Argunas, qué rabiscas eran. Pero graciosilla aquélla de la nariz respingona que cuando le salían mocos se los limpiaba en la manga del jerséis. Po no que no, si la pobre no tenía pañuelo. Po a vé qué, si no.
Apreciadas damas de aquella época: este último párrafo no es más que una pura socarronería y cazurrería por mi parte sin ningún ánimo de ofensa. Es simplemente un retrato en tono de humor y lleno de nostalgias de una parte de nuestras vidas. Ese retrato que ya pinta tonalidad sepia. Besitos.
Los muchachos andamos por la plaza jugando a la tanga en el espacio que había con tierra y donde actualmente se encuentra situado el monolito alegórico a la salud y la
enfermedad. El ayuntamiento estaba situado enfrente y era un buen sitio para otear desde allí a la chiquillería. ¡Pero qué manía tenía el buen señor! La cosa era obsesiva por su parte. De pronto veías correr a todo quisque y el más lerdo, pobrecillo, sin saber de dónde le venía, se encontraba con un par de vergajazos en el culo, y pies para qué os quiero. Salías zumbando como alma que lleva el diablo. Pos na, que vino Crespo el municipal, y con amenazas repetidas, nos conminaba a que no volviéramos por el entorno, so pena de probar el vergajo, o sea la porra. ¡Qué castigo, Dios mío! Ni en la plaza podíamos jugar. Pero se fastidiaba, que cuando se daba la vuelta, allí estábamos de nuevo.
Ahora me acuerdo de aquella anécdota de un gañán que le decía a otro: Yo mando en mi casa más que el rey en la suya. Y como el otro dudase, hubo de pasar a explicarlo.
Sí, porque el rey manda una cosa y lo hacen enseguida, mientras yo, antes de que lo hagan, tengo que mandarlo diez o doce veces. Pues ese era Crespo, era el que más mandaba por lo repetitivo en martirizarnos una y otra vez cada presencia manifiestamente subversiva por nuestra parte.
Como ya estamos hartos de jugar al ratón y al gato con el municipal, decidimos jugar a apio. Nos sentamos en los pollos de la plaza y anduvimos pegándonos zurriagazos con un cinturón hasta la caída de la tarde. Cuando nos hartamos del apio, pues a otra cosa, mariposa. A la taba, con lo cual seguíamos dándonos cinturonazos unos a otros, con el consiguiente malhumor del que los recibía, si alguno se sobrepasaba en la dureza de los golpes. A todos nos gustaba ser rey y verdugo a la vez. Tú mandabas y tú mismo atizabas. Despotismo puro motivado por la suerte.
Estando en estos lances, aparecen por la esquina de la posá de l´Antonia, un buen grupo de zagales con palos, espadas de madera, trozos de gruesa soga, pañuelos anudados por los cuatro picos dispuesto en la cabeza, tipo corsario, que venían dispuestos a guerrear contra todo el que se pusiera por delante. Los que estábamos en la plaza, al verlos de tal guisa, además ellos nos doblaban en número, pues eso, que sacamos la bandera blanca. El gozo de los invasores se vino al suelo. Si uno se rinde, no ha lugar a guerra de ningún tipo. ¡Sois unos mariquitas!, dijo uno, que era el más grandullón de todos los que había por allí. ¡Que no, que hemos sacao la bandera blanca! No hay guerra y se marchan por donde han venido. La sangre no corrió. No sé cómo podíamos estar pensando siempre en propinarnos mamporros.
Recuerdo, para que otra vez no me cogieran sin armamento apropiado, que preparé una espada de madera con una punta tan afilada, que pasando un hombre por donde estaba yo sentado, en los poyos de la plaza, me preguntó que para qué era la espada. Yo le contesté que por si venían los zagales de la carretera a hacer la guerra. Ya era un hombre bien entrado en años, o por lo menos así me lo parecía a mí. Mirándome de hito en hito, -a que os suena la frase – me cogió la afilada espada con todo cariño y empezó a golpear la punta de la misma sobre el pavimento hasta que la quedó roma. Me hizo unas recomendaciones sobre que si nos haríamos daño y que si tal y que si cual. Yo quise gesticular algo con la boca, como probando algunas palabras, pero no lograba acertar con la apropiada. Así que cerré totalmente la boca. Bien hecho, amigo. A lo mejor evitaste que le saltara un ojo a algún guerrero indómito.
Entonces, a las personas mayores se les tenía un respeto, que ya quisiéramos ahora. Si alguien de cierta edad te llamaba la atención, te ponías con la cabeza gacha y no decías ni tus ni mus. Igualito, igualito que ahora. ¡Pero tú de qué vas, tío! ¡Que te calles!
Los vencejos vuelan en acrobáticos zigzag por el azul celeste. Una cigüeña expande sus alas en el pretil de la torre saltando acompasadamente y haciendo carantoñas a su pareja. Los cigoñinos imitan al jefe dentro del nido. Una luna en cuarto creciente emerge en el horizonte. Silencio…pasan ángeles. Una estrella fugaz cruza el cielo con destino al infinito. Silencio roto por un destello. ¡Mira, una estrella!- dejando una estela de fuego perceptible durante unos segundos -.
Silencio. Los ángeles se marchan por las distintas bocacalles de la plaza. Suena la campana del reloj de la torre. Se queda sola y muda la plaza.
El carbonero, allá en la carbonera, hunde la tizonera en la superficie y un hilillo de humo surge de sus entrañas avivando los rescoldos encendidos del interior. Desde mi privilegiado mirador del Jerrete veo la recortada silueta de la Sierra la Grana con fondo de titilantes estrellas. Croan las ranas en persistente monotonía en los cercanos Joyos y un fondo de chicharras con su melodía empapa la noche.
Antonio Fdez. Bozano
lunes, 31 de agosto de 2009
viernes, 10 de julio de 2009
PROBLEMAS RESUELTOS II
PROBLEMAS RESUELTOS
12-PRUDENCIA Y SU ESPOSO
Prudencia tiene 24 años. Tiene doble edad de la que tenía su esposo cuando ella era de la misma edad que su esposo tiene ahora. ¿Qué edad tiene el esposo de Prudencia?
Sol.: Si su esposo tiene X años e Y es la diferencia entre sus edades, entonces,
24 = 2 (X-Y); Y = 24- X. Así pues,
24 = 2x -2y = 2x – 2(24-x) = 2x- 48+2x; de donde 4x = 72; x= 72/4 = 18 años tiene su esposo.
13-DE RELOJES
Pepe y Antonio van a nadar y ambos se olvidan de quitarse los relojes. Estos se estropean. El de Pepe empieza a adelantar treinta segundos diarios y el de Antonio se para completamente. Si los dos deciden no arreglar sus relojes, ¿cuál de los dos señalará la hora exacta con más frecuencia, y con cuánta frecuencia?
Sol.: Tendrían que pasar 2x60x12 medios días, es decir 720 días para que el reloj de Pepe señalara otra vez la hora exacta. Durante esos días, el reloj de Antonio habría señalado la hora exacta dos veces cada veinticuatro horas, es decir, 1.440 veces. Así ues su reloj habrá señalado la hora exacta casi 1.500 veces con más frecuencia que el de Pepe.
14-MOTORISTA
Dos automóviles se encuentran a 120 Km. uno de otro. Uno de ellos viaja a 20 km/h y el otro viene hacia él a 10 km/h. Un hombre montado en una motocicleta, que sale del mismo punto que el coche más rápido y que rueda a 30 km/h, va de un coche a otro conforme estos se acercan. ¿Cuánto tiempo ha de pasar antes de que alcance al coche más lento?¿Qué distancia habría recorrido antes de que quedara aplastado entre los dos coches?
Sol.: El motorista tarda tres horas en alcanzar al coche más lento y para entonces habrá recorrido 90 km y el coche más lento, 30 km. Los coches chocarán dentro de 4 horas y para ese momento el motorista habrá recorrido 120 kms.
15-CERILLAS
Tenemos 10 cerillas en una fila. Cada cerilla puede saltar por encima de otras dos cerillas, moviéndose lo mismo hacia la izquierda que hacia la derecha, para quedar cruzada sobre una tercera cerilla. Si una cerilla salta sobre un par de cerillas cruzadas es lo mismo que si salta sobre dos cerillas sueltas. La finalidad del problema consiste en hacer cinco pares de cerillas cruzadas en el menor número posible de movimientos.
Sol.: Numeramos las cerillas del 1 al 10, partiendo de la izquierda; las cerillas cambian sus números al alterar la posición.
a- 4 va a la izquierda
b- 3 va a izquierda
c- 4 va a la izquierda
d- 7 va a la derecha
e- 8 va a la izquierda
f- 7 va a la izquierda
g- 8 va a la izquierda
16-PUNTOS
Une estos nueve puntos con 4 líneas rectas continuas.

17-MELOCOTONES
El obispo Rouco Varela envía al Papa varias cajas, cada una de las cuales contiene 20 melocotones, con la siguiente carta:
“Envío a su Santidad varias cajas de melocotones, en total alrededor de 2 docenas de cajas. La suma de las cifras del número total de melocotones es el número de los Mandamientos de Ley de Dios”
¿Cuántos melocotones recibió el Papa?
Sol.: Si había x cajas, el número de melocotones era 20x. Como las cifras que componen 20x, sumadas nos dan 10, las cifras que componen x ha de sumar 10/2 = 5. El único número cercano de 24 (dos docenas) cuyas cifras sumadas dan 5 es 23. Por lo tanto x = 23 y el número de melocotones es 460
18-LA GUERRA
La guerra había sido declarada. Las moscas contra las arañas y las arañas contra las moscas. En la primera batalla se pudieron contar 42 cabezas y 276 patas. ¿Cuántos guerreros había de cada bando?
Sol.: x+y=42 x=moscas
6x+8y =276 y=arañas
19-GENEALOGÍA
A ti que te gustan los árboles genealógicos. ¿Qué parentesco tenía el primer esposo de la segunda mujer de Napoleón con el segundo esposo de la primera mujer de tan ilustre hombre?
Sol.: Era la misma persona
20-HERMANOS Y HERMANAS
Sol.: (x-1)= y
2(y-1)=x 4 y 3
12-PRUDENCIA Y SU ESPOSO
Prudencia tiene 24 años. Tiene doble edad de la que tenía su esposo cuando ella era de la misma edad que su esposo tiene ahora. ¿Qué edad tiene el esposo de Prudencia?
Sol.: Si su esposo tiene X años e Y es la diferencia entre sus edades, entonces,
24 = 2 (X-Y); Y = 24- X. Así pues,
24 = 2x -2y = 2x – 2(24-x) = 2x- 48+2x; de donde 4x = 72; x= 72/4 = 18 años tiene su esposo.
13-DE RELOJES
Pepe y Antonio van a nadar y ambos se olvidan de quitarse los relojes. Estos se estropean. El de Pepe empieza a adelantar treinta segundos diarios y el de Antonio se para completamente. Si los dos deciden no arreglar sus relojes, ¿cuál de los dos señalará la hora exacta con más frecuencia, y con cuánta frecuencia?
Sol.: Tendrían que pasar 2x60x12 medios días, es decir 720 días para que el reloj de Pepe señalara otra vez la hora exacta. Durante esos días, el reloj de Antonio habría señalado la hora exacta dos veces cada veinticuatro horas, es decir, 1.440 veces. Así ues su reloj habrá señalado la hora exacta casi 1.500 veces con más frecuencia que el de Pepe.
14-MOTORISTA
Dos automóviles se encuentran a 120 Km. uno de otro. Uno de ellos viaja a 20 km/h y el otro viene hacia él a 10 km/h. Un hombre montado en una motocicleta, que sale del mismo punto que el coche más rápido y que rueda a 30 km/h, va de un coche a otro conforme estos se acercan. ¿Cuánto tiempo ha de pasar antes de que alcance al coche más lento?¿Qué distancia habría recorrido antes de que quedara aplastado entre los dos coches?
Sol.: El motorista tarda tres horas en alcanzar al coche más lento y para entonces habrá recorrido 90 km y el coche más lento, 30 km. Los coches chocarán dentro de 4 horas y para ese momento el motorista habrá recorrido 120 kms.
15-CERILLAS
Tenemos 10 cerillas en una fila. Cada cerilla puede saltar por encima de otras dos cerillas, moviéndose lo mismo hacia la izquierda que hacia la derecha, para quedar cruzada sobre una tercera cerilla. Si una cerilla salta sobre un par de cerillas cruzadas es lo mismo que si salta sobre dos cerillas sueltas. La finalidad del problema consiste en hacer cinco pares de cerillas cruzadas en el menor número posible de movimientos.
Sol.: Numeramos las cerillas del 1 al 10, partiendo de la izquierda; las cerillas cambian sus números al alterar la posición.
a- 4 va a la izquierda
b- 3 va a izquierda
c- 4 va a la izquierda
d- 7 va a la derecha
e- 8 va a la izquierda
f- 7 va a la izquierda
g- 8 va a la izquierda
16-PUNTOS
Une estos nueve puntos con 4 líneas rectas continuas.


17-MELOCOTONES
El obispo Rouco Varela envía al Papa varias cajas, cada una de las cuales contiene 20 melocotones, con la siguiente carta:
“Envío a su Santidad varias cajas de melocotones, en total alrededor de 2 docenas de cajas. La suma de las cifras del número total de melocotones es el número de los Mandamientos de Ley de Dios”
¿Cuántos melocotones recibió el Papa?
Sol.: Si había x cajas, el número de melocotones era 20x. Como las cifras que componen 20x, sumadas nos dan 10, las cifras que componen x ha de sumar 10/2 = 5. El único número cercano de 24 (dos docenas) cuyas cifras sumadas dan 5 es 23. Por lo tanto x = 23 y el número de melocotones es 460
18-LA GUERRA
La guerra había sido declarada. Las moscas contra las arañas y las arañas contra las moscas. En la primera batalla se pudieron contar 42 cabezas y 276 patas. ¿Cuántos guerreros había de cada bando?
Sol.: x+y=42 x=moscas
6x+8y =276 y=arañas
19-GENEALOGÍA
A ti que te gustan los árboles genealógicos. ¿Qué parentesco tenía el primer esposo de la segunda mujer de Napoleón con el segundo esposo de la primera mujer de tan ilustre hombre?
Sol.: Era la misma persona
20-HERMANOS Y HERMANAS
Sol.: (x-1)= y
2(y-1)=x 4 y 3
martes, 16 de junio de 2009
PROBLEMAS RESUELTOS
PROBLEMAS RESUELTOS
1-BOOMERANG
Un boomerang, tú sabes que al lanzarlo, vuelve al lanzador de nuevo.¿Qué puedes hacer para que al lanzar una pelota de tenis con fuerza, verla detenerse y regresar, sin que golpee contra un muro, una raqueta, ni cualquier obstáculo?
Sol.: lanzarla hacia arriba verticalmente
2-CONTRABANDISTA
Entre Francia y España iba tranquilamente en una bicicleta, silbando su canción preferida, llevando un saco de arena de 10 Kg. en el sillín. Los aduanero le registraban y no encontraban nada sospechoso en el saco ni en los bolsillos. Sin embargo, los aduaneros sabían que les engañaba. ¿Qué llevaba de contrabando?
Sol.: la bicicleta, naturalmente.
3-LAGARTO
Un lagarto tiene una cabeza que mide 9 cm.; la cola mide lo que la cabeza más la mitad del cuerpo, y el cuerpo mide lo que la cabeza y la cola juntas.¿Cuánto mide el lagarto?
Sol.:
x = 9+y/2 x = 27
y = 9+x y = 36
4-SACOS
Mi tío tenía 10 sacos llenos de bolas de rico caramelo. En todos los saco había bolas de 10 gr. Cada una. Pero en un fallo de fabricación uno de los sacos contiene bolas de 9 gr. Le dijo al encargado que localizara el saco, pero que lo hiciera de una sola pesada para ganar tiempo. El encargado casi se vuelve loco. ¿Sabrías hacerlo tú?
Sol.: Numera los sacos del 1 al 10.
Saca una bola del primer saco, dos del segundo, tres del tercero…
En total habrás sacado 55 bolas, que de ser correcto todo deberían pesar
550 gr. Pero como había uno de los sacos que estaba mal de peso, la
diferencia en gramos entre la pesada y los 550 gramos, te daría el número
del saco correspondiente a las bolas taradas. Así, si salen 546, 4 menos de
550, será el saco número 4 el que está mal, puesto que de el he sacado 4
bolas.
5-CLAVIUS
Lo ideó Clavius, un filósofo del s. XVI.
El dueño de un esclavo le dice a éste que le dará, al cabo del año, 10 monedas de oro y una capa. Al terminar el séptimo mes, lo despide, dándole 5 monedas de oro y la capa.
¿Cuánto vale la capa?
Sol.:
10+ X 5+ X
_______= _______ X = 2 valor de la capa
12 7
6-DIANA
Tienes una diana como la de la figura y has de tirar tus 6 dardos, con tal puntería, que la suma de los puntos conseguidos sea 100. ¿A cuáles has de tirar?
16
24
23
17
Sol.: 2 dardos al 16 y 4 dardos al 17.
7-EL NÚMERO 37
El 37 es un número muy curioso. Sólo tienes que multiplicar este número por los múltiplos de 3 desde 3 a 27. ¡No creo que necesites una varita mágica!
Sol.: 37x3 = 111; 37x18 = 666
37x6 = 222; 37x 21 = 777
37x9 = 333; 37x 27 = 999
37x12 = 444;
37x15 = 555 ;
8-EL CABALLO
Mi amigo tenía un caballo alazán negro que me encantaba, pero no quería vendérmelo. Después de mucho porfiar, me dijo que sí, pero que la condición para pagarlo sería que le tenía que dar un céntimo por el primer clavo de la herradura, 2 céntimos por el segundo, 4 por el tercero, 8 por el cuarto, 16 por quinto, etc. Así doblando el precio de cada clavo hasta el último de los 32 clavos que tenía el caballo. Yo acepté porque creí que era poca cosa.¿Cuánto pagué por el bicho?
Sol.: 1+ 22+23+24+25+………….232 = 4.294.967.295 céntimos = 42.949.672 Euros.
9-LA JAULA
Tengo una superjaula con 84 periquitos azules y verdes. Los azules suman 4 más que los verdes, ¿cuántos hay de cada clase?
Sol.: X + (X+4) =84; de donde 2X =80; X = 40
10-COMBINACIÓN
Combinar 10 números 6 para igualar a 222
Sol.: 6+6+6+6+66+66+66 = 222
1-BOOMERANG
Un boomerang, tú sabes que al lanzarlo, vuelve al lanzador de nuevo.¿Qué puedes hacer para que al lanzar una pelota de tenis con fuerza, verla detenerse y regresar, sin que golpee contra un muro, una raqueta, ni cualquier obstáculo?
Sol.: lanzarla hacia arriba verticalmente
2-CONTRABANDISTA
Entre Francia y España iba tranquilamente en una bicicleta, silbando su canción preferida, llevando un saco de arena de 10 Kg. en el sillín. Los aduanero le registraban y no encontraban nada sospechoso en el saco ni en los bolsillos. Sin embargo, los aduaneros sabían que les engañaba. ¿Qué llevaba de contrabando?
Sol.: la bicicleta, naturalmente.
3-LAGARTO
Un lagarto tiene una cabeza que mide 9 cm.; la cola mide lo que la cabeza más la mitad del cuerpo, y el cuerpo mide lo que la cabeza y la cola juntas.¿Cuánto mide el lagarto?
Sol.:
x = 9+y/2 x = 27
y = 9+x y = 36
4-SACOS
Mi tío tenía 10 sacos llenos de bolas de rico caramelo. En todos los saco había bolas de 10 gr. Cada una. Pero en un fallo de fabricación uno de los sacos contiene bolas de 9 gr. Le dijo al encargado que localizara el saco, pero que lo hiciera de una sola pesada para ganar tiempo. El encargado casi se vuelve loco. ¿Sabrías hacerlo tú?
Sol.: Numera los sacos del 1 al 10.
Saca una bola del primer saco, dos del segundo, tres del tercero…
En total habrás sacado 55 bolas, que de ser correcto todo deberían pesar
550 gr. Pero como había uno de los sacos que estaba mal de peso, la
diferencia en gramos entre la pesada y los 550 gramos, te daría el número
del saco correspondiente a las bolas taradas. Así, si salen 546, 4 menos de
550, será el saco número 4 el que está mal, puesto que de el he sacado 4
bolas.
5-CLAVIUS
Lo ideó Clavius, un filósofo del s. XVI.
El dueño de un esclavo le dice a éste que le dará, al cabo del año, 10 monedas de oro y una capa. Al terminar el séptimo mes, lo despide, dándole 5 monedas de oro y la capa.
¿Cuánto vale la capa?
Sol.:
10+ X 5+ X
_______= _______ X = 2 valor de la capa
12 7
6-DIANA
Tienes una diana como la de la figura y has de tirar tus 6 dardos, con tal puntería, que la suma de los puntos conseguidos sea 100. ¿A cuáles has de tirar?
16
24
23
17
Sol.: 2 dardos al 16 y 4 dardos al 17.
7-EL NÚMERO 37
El 37 es un número muy curioso. Sólo tienes que multiplicar este número por los múltiplos de 3 desde 3 a 27. ¡No creo que necesites una varita mágica!
Sol.: 37x3 = 111; 37x18 = 666
37x6 = 222; 37x 21 = 777
37x9 = 333; 37x 27 = 999
37x12 = 444;
37x15 = 555 ;
8-EL CABALLO
Mi amigo tenía un caballo alazán negro que me encantaba, pero no quería vendérmelo. Después de mucho porfiar, me dijo que sí, pero que la condición para pagarlo sería que le tenía que dar un céntimo por el primer clavo de la herradura, 2 céntimos por el segundo, 4 por el tercero, 8 por el cuarto, 16 por quinto, etc. Así doblando el precio de cada clavo hasta el último de los 32 clavos que tenía el caballo. Yo acepté porque creí que era poca cosa.¿Cuánto pagué por el bicho?
Sol.: 1+ 22+23+24+25+………….232 = 4.294.967.295 céntimos = 42.949.672 Euros.
9-LA JAULA
Tengo una superjaula con 84 periquitos azules y verdes. Los azules suman 4 más que los verdes, ¿cuántos hay de cada clase?
Sol.: X + (X+4) =84; de donde 2X =80; X = 40
10-COMBINACIÓN
Combinar 10 números 6 para igualar a 222
Sol.: 6+6+6+6+66+66+66 = 222
viernes, 5 de junio de 2009
TRÍPTICO
TRÍPTICO
I
Senda de margaritas. La tierra ofrece estrellas.
Horóscopo de amores en manos de doncellas.
Saben de amores
porque son flores
y saben del destino
porque fueron estrellas,
que cayeron y germinaron en el camino.
Una mano pulida,
curiosa de su sino,
del botón de oro, las finas alas cruel arranca.
Una mano pulida
tira ilusiones, hoja tras hoja, en lluvia blanca.
Como la vida.
II
Monótono es el mar. Con qué inquietud batalla
su ansia de más allá. ¿A dónde irá sin valla
su fiebre embravecida?
Mas la fiebre del mar, cual ansia humana, estalla.
Su inmensidad es breve,
su anhelo fuerte es leve,
pues se hacen en la rígida frialdad de la muralla
trizas esmeraldinas y sudarios de nieve.
Como la vida.
III
Con un curvo destello de vengativa espada
del lóbrego estoicismo de la noche enlutada,
la estrella deprimida,
más breve que la flecha de traidora mirada,
traza el arco de un vuelo de la nada a la nada.
Como la vida.
I
Senda de margaritas. La tierra ofrece estrellas.
Horóscopo de amores en manos de doncellas.
Saben de amores
porque son flores
y saben del destino
porque fueron estrellas,
que cayeron y germinaron en el camino.
Una mano pulida,
curiosa de su sino,
del botón de oro, las finas alas cruel arranca.
Una mano pulida
tira ilusiones, hoja tras hoja, en lluvia blanca.
Como la vida.
II
Monótono es el mar. Con qué inquietud batalla
su ansia de más allá. ¿A dónde irá sin valla
su fiebre embravecida?
Mas la fiebre del mar, cual ansia humana, estalla.
Su inmensidad es breve,
su anhelo fuerte es leve,
pues se hacen en la rígida frialdad de la muralla
trizas esmeraldinas y sudarios de nieve.
Como la vida.
III
Con un curvo destello de vengativa espada
del lóbrego estoicismo de la noche enlutada,
la estrella deprimida,
más breve que la flecha de traidora mirada,
traza el arco de un vuelo de la nada a la nada.
Como la vida.
domingo, 24 de mayo de 2009
LA VIDA ES UN CAMINO
LA VIDA ES UN CAMINO
La vida es un camino para andarlo
con rumbo hacia un futuro que se ignora.
Bellas flores ofrecen sus ribazos,
claras fuentes alivian nuestra sed,
pero el camino es áspero y duro.
Con lodo – mucho lodo – en los inviernos,
con polvo – mucho polvo – en los veranos.
Lodo y polvo. Dolor.
Y el dolor que la alfombra es necesario:
le da sabor a la vida y la hace heroica.
La vida es un camino para andarlo;
hay que saberlo andar fijos los ojos
en la estrella que orienta nuestros pasos.
Sin traicionar el rumbo, prodiguemos
honor a nuestro esfuerzo cotidiano
y aventemos amor a manos llenas,
igual que el labrador aventa el grano.
Así, para el relevo, nuestra vida
será bello CAMINO DE SANTIAGO.
La vida es un camino para andarlo
con rumbo hacia un futuro que se ignora.
Bellas flores ofrecen sus ribazos,
claras fuentes alivian nuestra sed,
pero el camino es áspero y duro.
Con lodo – mucho lodo – en los inviernos,
con polvo – mucho polvo – en los veranos.
Lodo y polvo. Dolor.
Y el dolor que la alfombra es necesario:
le da sabor a la vida y la hace heroica.
La vida es un camino para andarlo;
hay que saberlo andar fijos los ojos
en la estrella que orienta nuestros pasos.
Sin traicionar el rumbo, prodiguemos
honor a nuestro esfuerzo cotidiano
y aventemos amor a manos llenas,
igual que el labrador aventa el grano.
Así, para el relevo, nuestra vida
será bello CAMINO DE SANTIAGO.
miércoles, 13 de mayo de 2009
EL VIVIR
EL VIVIR
En mi experiencia, la felicidad la proporciona la tierra y emana de los elementos que comprenden el ámbito rural. Y esto no es la perspectiva de los años jóvenes pasados aquí en Granja, ni los recuerdos de la poetizada infancia, sino por la tierra en sí misma que siempre vi, las calles con sus piedras y charcos, con el polvo de los caminos, con los cagajones de las bestias que pasaban, las negras cagalutas de las ovejas o el traqueteo de un carro con las ruedas en llantas de hierro. El restallar de un látigo que azuza el paso de las mulas enganchadas a un trillo de desgastadas ruedas dentadas, en la parva extendida en el llano de la era, a esa hora caliente de la tarde.
Ya sé que muchos diréis que no es lo mismo el trabajo diario de la tierra, con lo mío que es ir de vacaciones al pueblo, a mi pueblo, estar con la familia, en mi lírica deformación de la visión campera. Sé también que mi concepto difiere de la de aquellos que, apegados al duro trabajo de las labores agrícolas, se agotaban con el zacho, sudaban en la siega, se empolvaban en la era, interminable hasta setiembre, en las distintas faenas de trilla, limpia y el acarreo de los costales al empinado doblao, aquellos costales de noventa kilos, que cuando subías unas decenas te flaqueaban las piernas ante tan inhumano esfuerzo.¡Madre mía, no sé cómo habéis podido soportar un trabajo tan esclavo y de tanta dureza! Cada uno de vosotros merecéis un monumento que perdurara eternamente. ¡Qué machos castúos los de mi tierra! Hombres sedimentado en el neolítico, hombres a destajo con el terruño bajo el límpido cristal azul del cielo o bajo los negros nubarrones del tiempo metido en aguas. Hiciera frío o calor, allí estabais rumiando el silencio y la soledad de la mañana a la anoche con la mancera firme entre las manos, descubriendo la tierra en esponjosos y duros terrones, viendo renegrear a lo lejos la loma, renegando de la suerte encorvado sobre la tierra y el agua hasta los corvejones.
Es la hora de salida de la escuela. Juanito Juidías también vive en el barrio Cuenca y en amigable compañía, en vez de irnos por el Rincón de la Paloma, que era el lugar de costumbre, nos vamos por la calleja donde Eduardo tiene la carpintería. Aquella carpintería arrinconada entre la panadería de los Ruiz y la trasera de Isidro la Mosca, de puertas verdes siempre abiertas de par en par y de paredes desconchadas. Un viejo banco de trabajo de dura y pesada madera, con una mordaza en un extremo sujeta al grueso tablero, invade la estancia. Las paredes aparecían adornadas con infinidad de herramientas dispuestas en preciso orden: serruchos de distintos tamaños, cepillos, garlopines, formones. Un compás de hierro lleno de telarañas colgaba de un grueso clavo. Más allá, un berbiquí con la punta limpia y brillante y una barrena oxidada. Sobre el viejo banco de trabajo descansan distintos formones y unos ingletes con aberturas formando ángulos de cuarenta y cinco o noventa grados. El serrín, las virutas y los tacos de madera campan a sus anchas salpicando el suelo de coloradas baldosas por doquier. Hay un ajetreo fuera de los normal, o al menos me lo parece a mí.
En un lateral de la carpintería, sobre cuatro troncos, descansa la escalera, el armazón de un carro, ya dispuesto con el tiro, los torneados varales, las simétricas estaquillas adosadas a ambos lados y la tabla zaga unida a los limones. Eduardo y unos cuantos más mantienen un gran fuego en la enrramá de Torres Matías, frente a la carpintería , en la que están calentando una llanta de hierro en un vivo rescoldo de troncos de encina dispuestos en círculo. Esperan que el aro, ya colocado sobre la circular hoguera, se ponga al rojo vivo para después acoplarlo a la rueda. Eduardo dirige la operación con energía y temple. Va dando órdenes y los movimientos de la llanta son lentos y cuidados, está totalmente incandescente. Tres ayudantes cogen el aro con unos largos gatos de hierro para su traslado. Apoyada sobre el suelo se ve el armazón de la rueda. Entre los cuatro llevan en volandas el aro y lo amoldan a la rueda. La dilatación a que ha sido sometida la llanta hace que ésta entre con cierta holgura, pero antes de que la madera arda al contacto con la misma, vierten abundantes cubos de agua para enfriarla lo más rápidamente posible. El agua hierve al contacto con la masa de hierro desprendiendo un vapor que se volatiliza con prontitud en un siseo pertinaz que paulatinamente se va apagando. El aro queda ensamblado al golpearlo repetidas veces con unas grandes mazas y ha quedado con ese tono oscuro tan característico en las llantas de nuevo cuño. Después, ya vinieron las ruedas de goma, mucho más suaves y silenciosas en el rodar. Por cierto, las primeras ruedas con estas características las puso en su carro Pedro Aldana y el siguiente, Diego Montero cuando estaba ajustado con él Pepe Monda. El artífice del cambio fue un tal Cabrera, del que no puedo dar más detalles porque no los sé, pero imagino que muchos de vosotros, queridos lectores, lo tendréis entre vuestros recuerdos de antaño.
Llegamos tarde a casa y, al menos yo, fui presa de un interrogatorio inquisitorial por parte de mi madre, pues había llegado bastante después que mi padre que, por cierto, también iba a la escuela. No tuvo consecuencias la tardanza, pero mis sopas las tuve que comer frías. No obstante, aquello que vi bien mereció la pena, porque así puedo plasmar ahora aquella vivencia al recuperarla del rincón de la memoria.
Por debajo de mi casa, en la enrramá de Antonio Pirraca, hay una curtiduría. Me gustaba alcahuetear cómo adobaba las pieles de vaca y de burro, sin rastro ya de pelo alguno, extendidas sobre una amplia mesa. El curtidor era un hombre corpulento, ancho, no muy alto, con una camisa azulona por fuera del pantalón, y las mangas remangadas hasta el codo. Tenía el cuerpo inclinado sobre la mesa, apretando con fuerza una madera trepa, dura y brava, veteada de figuras. Sudaba desaforadamente por la frente y una gota le resbalaba hasta la nariz y, tras un visible vaivén, cayó sobre el duro pellejo acartonado.
Le pregunté por un líquido viscoso, resinoso, dispuesto en un recipiente, que desprendía un penetrante olor que invadía toda la estancia y la calle. Me habló de un árbol, al que haciéndole una hendidura – un corte, me dijo – del que segregaba esa sustancia. Al cabo de los años supe que esa trementina blanca tan olorosa es del jugo del zumaque, del pino, o de algún otro árbol resinoso, empleándose como curtiente.
Por cierto, en el Jarrete había una colonia de buitres- no sé si leonados o panterados- que despedazaban los cuerpos, ya sin piel, de burros, vacas y otros animales. Esa imagen majestuosa de las aves sobrevolando en el límpido azul del cielo y cuando posadas en tierra extendían sus enormes alas a la vez que desgarraban con sus poderosos picos la carroña, es como un sueño inacabado que persiste en mi memoria.
Son las dos de la tarde. De la fábrica de Ariño hiere el aire el sonido de la sirena. Aquella sirena que daba salida al mediodía y a la tarde a los obreros y trabajadores de la misma. Era la hora de comer. Mi madre tenía preparado, cómo no, un cocido de garbanzos con morcilla, tocino y un cuarto y mitad de carne de borrego que he ido yo a comprar esta mañana al puesto que tiene Pirraca en plaza. Las mazas colgaban de los ganchos y de otros penden negras morcillas de lustre y rojos chorizos de macho. ¡Qué rico! Desde entonces, nunca más he comido chorizo de macho como aquél. Gracias, Antonio, tengo ahora mismo la boca hecha aguas.
Parte de la pared que rodea la enramada de Pirraca se ha desmoronado a causa del temporal de agua. Se ha abierto una buena brecha y los borregos triscan a sus anchas por el Jerrete. A media tarde están allá un par de albañiles a remendar el estropicio. Preparan unos tablones en paralelo, sujetos con unos tirantes de alambre por la parte de arriba, y por los laterales apoyan unas estacas, por un lado con pie en la gavia y por el otro en la enramada. Una vez dispuesto el armazón, el cajón, van rellenándolo con paladas de tierra. Uno de los albañiles está dentro del cajón machacando sin piedad la tierra con un pisón de gran tamaño. Va regando de vez en cuando la tapia con agua de un cubo lleno hasta los bordes, la suficiente como para no embarrarla. Entre medio lo rellena con algunas piedras, trozos de ladrillos y tejoletas. El del pisón canta por Juanito Valderrama aquélla de “Ma(d)re hermosa”. No lo hace mal; lástima que no sé quién era para nombrarlo. Pero pasa por allí Silvestre con un saco y un hocino para segar un poco de hierba pa la cochina, y como es tan metomentodo, con ese gracejo que le caracteriza, dirigiéndose al cantaó, le dice en tono jocoso:
- Fulano, canta pa uno menos, que tienes la misma toná que los grajos en invierno.
El Tal le contesta:
- Po ajila palante y no te pareh, que de toh modo no canto pa ti.
- Bueno, pero espera una mijina, hombre, a ve si cambia el aire pa que yo no te oiga, que yo no soy un pachón pa taparme loh oídoh.
- Que ajileh pa lante t´he dicho, so lenguarón. ¿Se habrá visto máh metomentó que este tío?
Silvestre sigue su camino sin volver la cabeza tan siquiera y un gesto de ironía en los labios.
Mientras miro cómo terminan aquella tapia, mi gato ha salido maullando y ronronea restregándose entre mis piernas. Está mimoso en este momento. Era un gato negro brillante, más grande de lo normal en su especie, por lo que le llamábamos Tigre. Ya se sabe que los gatos son bastante ariscos e independientes, pero aquél, a pesar de todo eso, salía a buscarme cada noche casi hasta la iglesia. Me tenía cogida el bicho la hora y nos veníamos los dos en compañía calle abajo. Un día desapareció y nunca más se supo de él. Se me saltaron las lágrimas. Para mí, era un amigo. Cuando en invierno me sentaba en la camilla, se me ponía encima de las enagüillas al calor del brasero. Así nos encontraba mi amiga Poli cuando por la mañana iba a mi casa a llevarnos la leche recién ordeñada, en aquella lechera de aluminio abollada de tanto golpe.
Sale mi madre a la puerta y, a media voz, me llama para que vaya a un mandado al comercio de la Emilia. Poca cosa: aceite, fideos y sal gorda. Los fideos los extrae con un cogedor de lata de un saco de yute, que contenía aquellos fideos apelotonados y enmarañados que había que deshacerlos con las manos antes de echarlos en el caldo, y los envuelve en papel de estraza con aquella gracia de ir recogiéndolo en aquellos pliegues laterales que, terminando en punta de sobre, por último, replegaba hacia adelante. La sal me la pone en un cartucho también de estraza, pero más fino al tacto. El aceite, en la garrafilla que llevo para tal menester. No llevo dinero para pagar. Mis padres tenían un convenio con Emilia, mediante el cual, todos los gastos que teníamos iban anotados en una libreta ex profeso para ello. Así, que le entregué la libreta y allí anotó, apuntó, lo que llevaba en cantidad y precio. A primeros de mes, mi padre sumaba y le pagaba religiosamente los gastos acumulados. Eran apuntes a doble libreta; Emilia tenía la suya con lo mismo, pero más grande y con el nombre de cada cliente encabezando la hoja. Nunca oí en casa el menor comentario ni desacuerdo en lo que se debía. Y así un mes y otro. Para nosotros era más cómodo así, decía mi padre. No lo dudo, pero supongo que también el retrasar el pago le beneficiaría algo en la escasa economía familiar.
Yendo hacia casa, oigo los cascos atropellados de un caballo desbocado que viene de la Magdalena. Detrás, a distancia, vienen corriendo tres hombres con el resuello en el cogote y con los bofes en la boca. Unos que estaban en la plazoleta intentan, al paso, parar al bruto, con aspavientos y voces, sin conseguirlo. Yo, al ver al bruto en esas condiciones, arrimo la espalda a la puerta de Eduardo, esquina a la calleja del tío Lucas, y me quedo inmóvil ante el espectáculo caballeresco. El animal no obedece ni a gestos ni a gritos, cocea en su alocada carrera y enfila la calle abajo del barrio Cuenca. El bicho paró por los alrededores de la fábrica de los Joselito. De vuelta, el caballo aún resoplaba y se ponía nervioso e inquieto ante los improperios del amo que sudaba como un energúmeno y traía un aspecto desastroso y lamentable, con los calzones caídos y la camisa por fuera y desabrochada, enseñando una oronda barriga, empapado de sudor por los cuatro costados. Se iba acordando del padre del caballo, de la madre, de todos sus muertos, sin dejar de lado, mientras tanto, a toda la jerarquía celestial y todos los dioses del Olimpo. Así, que la bestia iba con las orejas pichas sin atreverse a decir ni tus ni mus, con una recia soga al pescuezo como cabestro.
Suena el tañido de la campana anunciando a las santas inclinaciones, al culto del santo rosario. Don Arcadio venía por la calle Iglesia con su negra sotana abotonada de arriba abajo. Iba dando las buenas tardes a todo el que se cruzaba, en amena charla con su hermana, doña Luisa, a un lado, y Diego Pila, al otro. Los enanos que estábamos correteando por la plaza, al verlo, dejamos el juego y veloces como alma que lleva un ángel, corrimos a besarle la mano que nos extiendió cumplida y generosamente. Una vez consumado el ritual por nuestra parte, don Arcadio, con cierto disimulo, se limpió el dorso de la mano besada en la parte trasera de la sotana, supongo que de las babas y tal vez del moquillo de algún narizado.
Un grupito de beatíficas mujeres, tocadas de negro velo, se dispone a entrar en la iglesia. En el vestíbulo se lo moldean nuevamente con gesto coqueto y atraviesan el dintel de la puerta, pasito a pasito por el pasillo central, mitigando los pasos, con la intención de que el ruido de los tacones fuesen lo menos ostensibles y sonoros. Pepe, el sacristán, dirige las preces. Era jueves y tocaban los misterios gozosos. Primer misterio: la anunciación del ángel a Nuestra Señora. Dios te salve, María….
A. Fernández Bozano
En mi experiencia, la felicidad la proporciona la tierra y emana de los elementos que comprenden el ámbito rural. Y esto no es la perspectiva de los años jóvenes pasados aquí en Granja, ni los recuerdos de la poetizada infancia, sino por la tierra en sí misma que siempre vi, las calles con sus piedras y charcos, con el polvo de los caminos, con los cagajones de las bestias que pasaban, las negras cagalutas de las ovejas o el traqueteo de un carro con las ruedas en llantas de hierro. El restallar de un látigo que azuza el paso de las mulas enganchadas a un trillo de desgastadas ruedas dentadas, en la parva extendida en el llano de la era, a esa hora caliente de la tarde.
Ya sé que muchos diréis que no es lo mismo el trabajo diario de la tierra, con lo mío que es ir de vacaciones al pueblo, a mi pueblo, estar con la familia, en mi lírica deformación de la visión campera. Sé también que mi concepto difiere de la de aquellos que, apegados al duro trabajo de las labores agrícolas, se agotaban con el zacho, sudaban en la siega, se empolvaban en la era, interminable hasta setiembre, en las distintas faenas de trilla, limpia y el acarreo de los costales al empinado doblao, aquellos costales de noventa kilos, que cuando subías unas decenas te flaqueaban las piernas ante tan inhumano esfuerzo.¡Madre mía, no sé cómo habéis podido soportar un trabajo tan esclavo y de tanta dureza! Cada uno de vosotros merecéis un monumento que perdurara eternamente. ¡Qué machos castúos los de mi tierra! Hombres sedimentado en el neolítico, hombres a destajo con el terruño bajo el límpido cristal azul del cielo o bajo los negros nubarrones del tiempo metido en aguas. Hiciera frío o calor, allí estabais rumiando el silencio y la soledad de la mañana a la anoche con la mancera firme entre las manos, descubriendo la tierra en esponjosos y duros terrones, viendo renegrear a lo lejos la loma, renegando de la suerte encorvado sobre la tierra y el agua hasta los corvejones.
Es la hora de salida de la escuela. Juanito Juidías también vive en el barrio Cuenca y en amigable compañía, en vez de irnos por el Rincón de la Paloma, que era el lugar de costumbre, nos vamos por la calleja donde Eduardo tiene la carpintería. Aquella carpintería arrinconada entre la panadería de los Ruiz y la trasera de Isidro la Mosca, de puertas verdes siempre abiertas de par en par y de paredes desconchadas. Un viejo banco de trabajo de dura y pesada madera, con una mordaza en un extremo sujeta al grueso tablero, invade la estancia. Las paredes aparecían adornadas con infinidad de herramientas dispuestas en preciso orden: serruchos de distintos tamaños, cepillos, garlopines, formones. Un compás de hierro lleno de telarañas colgaba de un grueso clavo. Más allá, un berbiquí con la punta limpia y brillante y una barrena oxidada. Sobre el viejo banco de trabajo descansan distintos formones y unos ingletes con aberturas formando ángulos de cuarenta y cinco o noventa grados. El serrín, las virutas y los tacos de madera campan a sus anchas salpicando el suelo de coloradas baldosas por doquier. Hay un ajetreo fuera de los normal, o al menos me lo parece a mí.
En un lateral de la carpintería, sobre cuatro troncos, descansa la escalera, el armazón de un carro, ya dispuesto con el tiro, los torneados varales, las simétricas estaquillas adosadas a ambos lados y la tabla zaga unida a los limones. Eduardo y unos cuantos más mantienen un gran fuego en la enrramá de Torres Matías, frente a la carpintería , en la que están calentando una llanta de hierro en un vivo rescoldo de troncos de encina dispuestos en círculo. Esperan que el aro, ya colocado sobre la circular hoguera, se ponga al rojo vivo para después acoplarlo a la rueda. Eduardo dirige la operación con energía y temple. Va dando órdenes y los movimientos de la llanta son lentos y cuidados, está totalmente incandescente. Tres ayudantes cogen el aro con unos largos gatos de hierro para su traslado. Apoyada sobre el suelo se ve el armazón de la rueda. Entre los cuatro llevan en volandas el aro y lo amoldan a la rueda. La dilatación a que ha sido sometida la llanta hace que ésta entre con cierta holgura, pero antes de que la madera arda al contacto con la misma, vierten abundantes cubos de agua para enfriarla lo más rápidamente posible. El agua hierve al contacto con la masa de hierro desprendiendo un vapor que se volatiliza con prontitud en un siseo pertinaz que paulatinamente se va apagando. El aro queda ensamblado al golpearlo repetidas veces con unas grandes mazas y ha quedado con ese tono oscuro tan característico en las llantas de nuevo cuño. Después, ya vinieron las ruedas de goma, mucho más suaves y silenciosas en el rodar. Por cierto, las primeras ruedas con estas características las puso en su carro Pedro Aldana y el siguiente, Diego Montero cuando estaba ajustado con él Pepe Monda. El artífice del cambio fue un tal Cabrera, del que no puedo dar más detalles porque no los sé, pero imagino que muchos de vosotros, queridos lectores, lo tendréis entre vuestros recuerdos de antaño.
Llegamos tarde a casa y, al menos yo, fui presa de un interrogatorio inquisitorial por parte de mi madre, pues había llegado bastante después que mi padre que, por cierto, también iba a la escuela. No tuvo consecuencias la tardanza, pero mis sopas las tuve que comer frías. No obstante, aquello que vi bien mereció la pena, porque así puedo plasmar ahora aquella vivencia al recuperarla del rincón de la memoria.
Por debajo de mi casa, en la enrramá de Antonio Pirraca, hay una curtiduría. Me gustaba alcahuetear cómo adobaba las pieles de vaca y de burro, sin rastro ya de pelo alguno, extendidas sobre una amplia mesa. El curtidor era un hombre corpulento, ancho, no muy alto, con una camisa azulona por fuera del pantalón, y las mangas remangadas hasta el codo. Tenía el cuerpo inclinado sobre la mesa, apretando con fuerza una madera trepa, dura y brava, veteada de figuras. Sudaba desaforadamente por la frente y una gota le resbalaba hasta la nariz y, tras un visible vaivén, cayó sobre el duro pellejo acartonado.
Le pregunté por un líquido viscoso, resinoso, dispuesto en un recipiente, que desprendía un penetrante olor que invadía toda la estancia y la calle. Me habló de un árbol, al que haciéndole una hendidura – un corte, me dijo – del que segregaba esa sustancia. Al cabo de los años supe que esa trementina blanca tan olorosa es del jugo del zumaque, del pino, o de algún otro árbol resinoso, empleándose como curtiente.
Por cierto, en el Jarrete había una colonia de buitres- no sé si leonados o panterados- que despedazaban los cuerpos, ya sin piel, de burros, vacas y otros animales. Esa imagen majestuosa de las aves sobrevolando en el límpido azul del cielo y cuando posadas en tierra extendían sus enormes alas a la vez que desgarraban con sus poderosos picos la carroña, es como un sueño inacabado que persiste en mi memoria.
Son las dos de la tarde. De la fábrica de Ariño hiere el aire el sonido de la sirena. Aquella sirena que daba salida al mediodía y a la tarde a los obreros y trabajadores de la misma. Era la hora de comer. Mi madre tenía preparado, cómo no, un cocido de garbanzos con morcilla, tocino y un cuarto y mitad de carne de borrego que he ido yo a comprar esta mañana al puesto que tiene Pirraca en plaza. Las mazas colgaban de los ganchos y de otros penden negras morcillas de lustre y rojos chorizos de macho. ¡Qué rico! Desde entonces, nunca más he comido chorizo de macho como aquél. Gracias, Antonio, tengo ahora mismo la boca hecha aguas.
Parte de la pared que rodea la enramada de Pirraca se ha desmoronado a causa del temporal de agua. Se ha abierto una buena brecha y los borregos triscan a sus anchas por el Jerrete. A media tarde están allá un par de albañiles a remendar el estropicio. Preparan unos tablones en paralelo, sujetos con unos tirantes de alambre por la parte de arriba, y por los laterales apoyan unas estacas, por un lado con pie en la gavia y por el otro en la enramada. Una vez dispuesto el armazón, el cajón, van rellenándolo con paladas de tierra. Uno de los albañiles está dentro del cajón machacando sin piedad la tierra con un pisón de gran tamaño. Va regando de vez en cuando la tapia con agua de un cubo lleno hasta los bordes, la suficiente como para no embarrarla. Entre medio lo rellena con algunas piedras, trozos de ladrillos y tejoletas. El del pisón canta por Juanito Valderrama aquélla de “Ma(d)re hermosa”. No lo hace mal; lástima que no sé quién era para nombrarlo. Pero pasa por allí Silvestre con un saco y un hocino para segar un poco de hierba pa la cochina, y como es tan metomentodo, con ese gracejo que le caracteriza, dirigiéndose al cantaó, le dice en tono jocoso:
- Fulano, canta pa uno menos, que tienes la misma toná que los grajos en invierno.
El Tal le contesta:
- Po ajila palante y no te pareh, que de toh modo no canto pa ti.
- Bueno, pero espera una mijina, hombre, a ve si cambia el aire pa que yo no te oiga, que yo no soy un pachón pa taparme loh oídoh.
- Que ajileh pa lante t´he dicho, so lenguarón. ¿Se habrá visto máh metomentó que este tío?
Silvestre sigue su camino sin volver la cabeza tan siquiera y un gesto de ironía en los labios.
Mientras miro cómo terminan aquella tapia, mi gato ha salido maullando y ronronea restregándose entre mis piernas. Está mimoso en este momento. Era un gato negro brillante, más grande de lo normal en su especie, por lo que le llamábamos Tigre. Ya se sabe que los gatos son bastante ariscos e independientes, pero aquél, a pesar de todo eso, salía a buscarme cada noche casi hasta la iglesia. Me tenía cogida el bicho la hora y nos veníamos los dos en compañía calle abajo. Un día desapareció y nunca más se supo de él. Se me saltaron las lágrimas. Para mí, era un amigo. Cuando en invierno me sentaba en la camilla, se me ponía encima de las enagüillas al calor del brasero. Así nos encontraba mi amiga Poli cuando por la mañana iba a mi casa a llevarnos la leche recién ordeñada, en aquella lechera de aluminio abollada de tanto golpe.
Sale mi madre a la puerta y, a media voz, me llama para que vaya a un mandado al comercio de la Emilia. Poca cosa: aceite, fideos y sal gorda. Los fideos los extrae con un cogedor de lata de un saco de yute, que contenía aquellos fideos apelotonados y enmarañados que había que deshacerlos con las manos antes de echarlos en el caldo, y los envuelve en papel de estraza con aquella gracia de ir recogiéndolo en aquellos pliegues laterales que, terminando en punta de sobre, por último, replegaba hacia adelante. La sal me la pone en un cartucho también de estraza, pero más fino al tacto. El aceite, en la garrafilla que llevo para tal menester. No llevo dinero para pagar. Mis padres tenían un convenio con Emilia, mediante el cual, todos los gastos que teníamos iban anotados en una libreta ex profeso para ello. Así, que le entregué la libreta y allí anotó, apuntó, lo que llevaba en cantidad y precio. A primeros de mes, mi padre sumaba y le pagaba religiosamente los gastos acumulados. Eran apuntes a doble libreta; Emilia tenía la suya con lo mismo, pero más grande y con el nombre de cada cliente encabezando la hoja. Nunca oí en casa el menor comentario ni desacuerdo en lo que se debía. Y así un mes y otro. Para nosotros era más cómodo así, decía mi padre. No lo dudo, pero supongo que también el retrasar el pago le beneficiaría algo en la escasa economía familiar.
Yendo hacia casa, oigo los cascos atropellados de un caballo desbocado que viene de la Magdalena. Detrás, a distancia, vienen corriendo tres hombres con el resuello en el cogote y con los bofes en la boca. Unos que estaban en la plazoleta intentan, al paso, parar al bruto, con aspavientos y voces, sin conseguirlo. Yo, al ver al bruto en esas condiciones, arrimo la espalda a la puerta de Eduardo, esquina a la calleja del tío Lucas, y me quedo inmóvil ante el espectáculo caballeresco. El animal no obedece ni a gestos ni a gritos, cocea en su alocada carrera y enfila la calle abajo del barrio Cuenca. El bicho paró por los alrededores de la fábrica de los Joselito. De vuelta, el caballo aún resoplaba y se ponía nervioso e inquieto ante los improperios del amo que sudaba como un energúmeno y traía un aspecto desastroso y lamentable, con los calzones caídos y la camisa por fuera y desabrochada, enseñando una oronda barriga, empapado de sudor por los cuatro costados. Se iba acordando del padre del caballo, de la madre, de todos sus muertos, sin dejar de lado, mientras tanto, a toda la jerarquía celestial y todos los dioses del Olimpo. Así, que la bestia iba con las orejas pichas sin atreverse a decir ni tus ni mus, con una recia soga al pescuezo como cabestro.
Suena el tañido de la campana anunciando a las santas inclinaciones, al culto del santo rosario. Don Arcadio venía por la calle Iglesia con su negra sotana abotonada de arriba abajo. Iba dando las buenas tardes a todo el que se cruzaba, en amena charla con su hermana, doña Luisa, a un lado, y Diego Pila, al otro. Los enanos que estábamos correteando por la plaza, al verlo, dejamos el juego y veloces como alma que lleva un ángel, corrimos a besarle la mano que nos extiendió cumplida y generosamente. Una vez consumado el ritual por nuestra parte, don Arcadio, con cierto disimulo, se limpió el dorso de la mano besada en la parte trasera de la sotana, supongo que de las babas y tal vez del moquillo de algún narizado.
Un grupito de beatíficas mujeres, tocadas de negro velo, se dispone a entrar en la iglesia. En el vestíbulo se lo moldean nuevamente con gesto coqueto y atraviesan el dintel de la puerta, pasito a pasito por el pasillo central, mitigando los pasos, con la intención de que el ruido de los tacones fuesen lo menos ostensibles y sonoros. Pepe, el sacristán, dirige las preces. Era jueves y tocaban los misterios gozosos. Primer misterio: la anunciación del ángel a Nuestra Señora. Dios te salve, María….
A. Fernández Bozano
miércoles, 6 de mayo de 2009
NO HABRÁ PAZ SIN AMOR
NO HABRÁ PAZ SIN AMOR
Porque todo se enreda entre codicias
que nos llevan al borde del abismo,
en hambre y sed de paz nos desvelamos,
en hambre y sed nos afligimos
y acariciando bombas y aviones
se nos despierta un germen de mal signo.
Quisiéramos raer cuanto nos merma
aquello en que asentamos el dominio.
Pero a veces penetra en la conciencia
la luz de la verdad que hemos perdido
y un temor nos aflora entre lamentos
al ver que nuestra paz está en peligro.
¡Lamentos insensatos!
¿Acaso no tenemos un propicio
sendero que nos lleva a su conquista?
Para gozar la paz hay que ganarla;
pero no con las armas y exterminio.
La paz universal,
nuestra paz y la ajena son lo mismo.
Se conquista ganando corazones
por limpio corazón, con amor limpio.
Hagamos que el amor paterno fluya
en los ojos mirando a nuestros hijos,
y cuando vibre pura la mirada,
sin recelos, sin nubes ni espejismos,
contemplemos al prójimo en ella.
Hay que limpiar el limo
cotidiano que mancha a nuestros ojos
y dar paso a la luz de lo divino,
hasta el oscuro fondo de la carne
donde el celeste aroma de su brillo
nos impregne con mágica hermosura.
En vano transitar otros caminos.
Para llegar al prójimo, no existe
sendero más directo y expedito
que el limpio corazón lleno de amor.
No habrá paz por los siglos de los siglos
si volvemos la espalda a esta verdad
ungida por la voz del Cristo.
Antonio Fdez. Bozano
Porque todo se enreda entre codicias
que nos llevan al borde del abismo,
en hambre y sed de paz nos desvelamos,
en hambre y sed nos afligimos
y acariciando bombas y aviones
se nos despierta un germen de mal signo.
Quisiéramos raer cuanto nos merma
aquello en que asentamos el dominio.
Pero a veces penetra en la conciencia
la luz de la verdad que hemos perdido
y un temor nos aflora entre lamentos
al ver que nuestra paz está en peligro.
¡Lamentos insensatos!
¿Acaso no tenemos un propicio
sendero que nos lleva a su conquista?
Para gozar la paz hay que ganarla;
pero no con las armas y exterminio.
La paz universal,
nuestra paz y la ajena son lo mismo.
Se conquista ganando corazones
por limpio corazón, con amor limpio.
Hagamos que el amor paterno fluya
en los ojos mirando a nuestros hijos,
y cuando vibre pura la mirada,
sin recelos, sin nubes ni espejismos,
contemplemos al prójimo en ella.
Hay que limpiar el limo
cotidiano que mancha a nuestros ojos
y dar paso a la luz de lo divino,
hasta el oscuro fondo de la carne
donde el celeste aroma de su brillo
nos impregne con mágica hermosura.
En vano transitar otros caminos.
Para llegar al prójimo, no existe
sendero más directo y expedito
que el limpio corazón lleno de amor.
No habrá paz por los siglos de los siglos
si volvemos la espalda a esta verdad
ungida por la voz del Cristo.
Antonio Fdez. Bozano
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