martes, 20 de abril de 2010

TOROS EN BARCARROTA

TOROS EN BARCARROTA

Esto me sucedió en Barcarrota hace aproximadamente sesenta años, más o menos.
Mi abuelo materno, de la Benemérita Guardia Civil, era un gran aficionado a los toros. Yo pasaba largas temporadas con mis abuelos en Higuera de Vargas donde tenían fijada la residencia.
Un día de Feria de Barcarrota, decidió ir a ver la corrida programada para tal fecha, yo tendría unos cinco o seis años, y como la afición era realmente pronunciada, alquiló un taxi, imagino que sería el único coche que había en el Higuera, y allá que nos fuimos en grata compañía uno del otro. Mi abuela, ya sabéis cómo era entonces la cosa, pues en casita como debe ser.
Llegados a Barcarrota, como era muy conocido en este pueblo, pues eso, que entre unos y otros, las rondas del vinillo en las tascas era lo usual hasta la hora de la corrida. Así que yo iba de acompañante en cada lugar de convite como simple y mero espectador que no lograba entender tan repetitiva costumbre. Naturalmente aquello surtió el efecto que podréis suponer. El abuelo se puso en un estado algo alegre por el motivo reseñado.
Llegado el momento nos dirigimos hacia la Plaza de toros en primera barrera de fila. Me imagino que él como perteneciente a la Benemérita tendría entrada franca en la Plaza y por tanto el acompañante que era yo, también.
Recuerdo que el primer toro era un ejemplar portentoso de trapío, negro, con unos cuernos que daban miedo, por lo menos a mí. Los toreros, visto el ejemplar, se negaban a entrar en el ruedo con semejante morlaco. Los recuerdo como si los estuviera viendo, retrecheros a bajar a la arena, capote en mano en el burladero sin el más mínimo gesto de adentrarse para el cometido para el que fueron contratados. La gente silbando desaforadamente y abucheándolos con el mismo ímpetu. Visto que los toreros se negaban a bajar, mi abuelo, con la chulería que le caracterizaba y con dos copas de más, le agarró a uno de los espadas el capote y el estoque y allá que se fue al ruedo citando al toro como si fuera Manolete. Yo con todo el miedo en el cuerpo no dejaba de llorar viendo el peligro que mi abuelo corría y el hecho de encontrarme absolutamente solo rodeado de gente que yo no conocía. En mi vida habré llorado tanto y tan desconsoladamente. Yo no sé si toreó bien o no, pero la gente le aplaudía como si fuese un consumado ejecutor del arte de Cúchares. Y yo seguía llorando.
Terminada la “faena”, la suya que fue el toreo y la mía que fue el llorar, al salir de la plaza, por arte de birli-birloque, vi que montaban a mi abuelo en un burro aparejado con el consiguiente gentío detrás vitoreándole y dándole palmaditas en los costillares y yo detrás vuelta con el llanto rodeado de gente que maldita la gracia que me hacían. Así hasta volver a la sana costumbre de las copitas de vino y el niño mirando. Terminado el vía crucis para mí y mi abuelo bastante más “cargado” de la cuenta, fue en busca del taxi para realizar el recorrido inverso. Allí esperaba mi abuela que recuerdo perfectamente tuvo que ayudarle a traspasar el alto umbral de entrada a la casa tirando de sus brazos y acostándolo en la cama como pudo, descalzándolo previamente.
Tenía ganas de contároslo. Ya ta. Fue la primera corrida de mi vida y solamente he asistido una vez más en Santa Marta, también de niño, y con la camisa azul del Frente de Juventudes.
Antonio Fdez. Bozano

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