lunes, 8 de agosto de 2011

PREGÓN DE FERIAS 2011

PREGÓN DE FERIAS 2011

Siempre he pensado que un pregón dedicado a la apertura de Feria de un pueblo era tarea que se encomendaba a personas importantes, de fácil verbo y ágil pluma, que con alguna habilidad literaria y palabras rebuscadas, fueran capaces de evocar, ensalzar las maravillas de sus rincones y las actividades a celebrar. Pero ya veis, no es mi caso, ni facilidad para la pluma ni agilidad de verbo. Naturalmente, que al pedírmelo la corporación municipal que preside nuestro alcalde Felipe, me provocó la lógica preocupación por no defraudar. Desde dicha proposición me sentí muy honrado y casi obligado a aceptar por la deferencia habida y así poder manifestar y dar rienda suelta a lo que brota del corazón, a esos sentimientos que me sugiere este pueblo desde mi niñez hasta la bien entrada madurez biológica en la que me hallo.
En Granja, las cosas se hacen bien o no se hacen. Es el primer punto de la idiosincrasia granjeña. O lo hago bien o no lo hago, a fuer de que nos tachen de apáticos. Y aquí me gustaría hacer hincapié en que deberíamos valorar y desenterrar las tradiciones, porque un pueblo que se recrea en sus tradiciones, un pueblo que cultiva la memoria colectiva, la memoria de las cosas, está afianzando las raíces y está creando cultura, lo que implica que como pueblo, es más libre y está predispuesto a la tolerancia en la convivencia. Hagamos un repaso a la historia.
Si pudiéramos oír a la Plaza, porque hablarnos ya nos habla, nos contaría de que antes de que ella naciera, hace ya más de cinco siglos, los ancianos del lugar contaban cómo llegaron los primeros humanos a estos contornos casi con lo puesto, que apenas si sabían confeccionar su ropa y sus chozos, fabricar sus cacharros de barro y que hacía poco que dominaban el arte de la agricultura y la ganadería.
Según le contaron a nuestra Plaza, en este crisol se vertieron diferentes compuestos:
Sobre una base de ráfagas helénicas - sustentado por la presencia de ánforas griegas -le añadimos un reactivo llamado ibérico - lo indica el hallazgo de monedas – y le sumamos una proporción de fecunda dosis romana – lo acreditan los restos hallados en Cerro de la Socorra , centro de un lavadero de mineral - donde se han encontrado con relativa frecuencia monedas y restos de época. Todo ello coloreado con una fuerte presencia islámica, cuya representación más genuina es nuestra torre. También los visigodos hicieron acto de presencia, bien visible por cierto, en eso dos testigos mudos que aún siguen vigilantes como columnas basales, una en la parte anterior y otra en la posterior, en la estructura de la torre.
Aquí puede decirse que comienza mi historia, la gestación como pueblo que hoy conocemos, la Plaza embrionaria de una Granja cuya fe de bautismo, concedida por Felipe II el 3 de febrero de 1565 en Real Carta escrita en pergamino y que custodia el Exc. Ayuntamiento, donde para diferenciarla del resto de las Granja existentes en España, le da el apellido de Torrehermosa y además es verdad. Una torre gótica-mudéjar sin parangón en toda la región, si exceptuamos el Monasterio de Guadalupe.
Pero creo que vamos muy deprisa. Aunque hoy estamos aquí, entre otras cosas, para celebrar el inicio de Ferias y de paso los cinco siglos de nuestra Constitución como ente municipal propio. Antes de seguir adelante, voy a hacer un inciso para honrar a los granjeños y granjeñas, que sin tener la suerte de haber nacido aquí, llegaron un día por estas latitudes y decidieron consumir su existencia al calor de nuestro sol.
Por un momento, dejemos volar nuestra imaginación. Retrocedamos en el tiempo 5000 años para mirar con los ojos de aquellos primeros humanos que pisaron nuestra tierra. Situémonos, por ejemplo, por los alrededores de la Cerca de los Buiza, o el Coto, o las Monjas, allá por las postrimerías del Neolítico.
Imaginemos que somos uno de los apenas media docena de hombres que partimos hace unas lunas de otro territorio y que por primera vez nos aventuramos en la exploración de estas tierras de suaves lomas. La mentalidad de estos hombres, que seguramente vestían con pieles y cuyo armamento más sofisticado eran las puntas de piedra de sus flechas, debieron sufrir un fuerte impacto. Descubrirían el calor de esa bola de fuego en estos lares, la riqueza de la caza que habrían observado por los alrededores, y por si fuera poco, la tierra dócil y predispuesta a ser arañada por la azuela de piedra en estos albores de la agricultura.
No descubro nada nuevo, simplemente lo rememoro, que la fundación de Granja de Torrehermosa se sitúa sobre el siglo XV por unos caballeros de Azuaga. Estos señores tenían una granja o quinta en la que los colonos que trabajaban las tierras, solían pagar por renta la quinta parte de los frutos cosechados. Y aquí se asentó en la cercanía del río Zújar, en una zona comprendida entre los arroyos del Alamillo, el Madroño y la Hoyana. Como la mayoría de los pueblos del entorno, Granja perteneció a la provincia de León bajo el mecenazgo de la Orden de Santiago - ahora entiendo lo de tantos apellidos Santiago en este pueblo – y la jurisdicción tutelar de Azuaga.
Quiero recordar aquí algunas efemérides que me parecen debieran saber los escolares de nuestro pueblo. Resaltaré en primer lugar, la creación o fundación de la Hermandad del Santísimo Cristo del Humilladero, mediante cédula concedida por Felipe II, el 11 de septiembre de 1576. Hay que agradecer a este rey que, teniendo que gobernar un Imperio tan grandioso como el que rigió, el mayor de toda la historia de nuestro país, tuviera aún tiempo para solventar ciertas actuaciones que parecen no tener importancia, como el hecho de conceder licencia para la fundación de nuestra querida cofradía. Algo debería ver el rey en la actitud de aquellos aldeanos que son los ancestros de nuestra existencia
Quiero también destacar el crecimiento económico y demográfico motivado por la explotación de las minas de Santa Bárbara, La Juanita y El Encinar, que a pesar de lo esclavo del trabajo fue un tiempo de entusiasmo y esplendor para la población, en un tiempo mucho más próximo.
La supresión del Ferrocarril de vía estrecha Peñarroya – Fuente del Arco el 1 de agosto de 1970, marco de la vida social y económica durante 75 años, cuyas últimas traviesas las recorrió aquel tren de madera de cuentos infantiles, que asmático y asfixiado, le costaba subir la cuesta de La Hoyana. Y allí, en la estación, paraba el tren. Una estación enjalbegada de cal blanca con un reloj de grandes números adosado a la pared. Y ver llegar el tren. Viajar en aquel tren que al asomarte a la ventanilla te enrojecía los ojos al impactarte la volátil carbonilla que desprendía la chimenea. Y el olor, aquel olor a carbón mineral impreso en nuestra pituitaria. Ya no lo veremos chirriar en el arranque, no veremos la lenta rotación de sus bielas, no sonarán en nuestros oídos las válvulas de escape del vapor de la caldera, no sentiremos crujir los desvencijados vagones, no sentiremos el fatigoso chic-chuc de sus entrañas, ni desatascarse por las bravas en la cuesta de la Hoyana rodeado por los verdes trigales salpicados de amapolas rojas. Y la llegada del automotor – hola, amigo Ernesto – de exagerado olor a gasoil subiendo con desahogo la misma cuesta. Menos mal que aún no nos han quitado “La´stellesa”. Aquel autocar de escaleras en la parte trasera para subir los bultos y maletas en la baca, que Pistolo, de buena mañana, los iba trajinando, después de tomarse un cafelito en el bar de Victoriano. ¿Seguiremos viendo durante mucho tiempo las actuales Estellesas? No faltará mucho en que desaparezcan por aquello de la poca rentabilidad.
Como final, si pudiera, me gustaría saltar desde la torre de la iglesia y volar como hacen las cigüeñas de nuestro campanario. De esta forma haría una certera apreciación; me advertiría de lo rectilíneo y ancho de nuestras calles, tentáculos de un gigantesco pulpo cuya cabeza sería justamente la torre de la iglesia, en contraposición a la forma a como acostumbraban los árabes a hacer sus pueblos con calles estrechas y dadas a revueltas y a la asimetría.
Hablando de la torre, se me viene a las mientes la ciudad de Éfeso, antigua ciudad de Jonia, cuyos habitantes se sentían muy orgullosos del templo que se alzaba allí, dedicado al culto de Diana. La verdad es que tenían motivos para enorgullecerse, pues el templo estaba considerado como una de las siete maravillas del mundo.
Pero no sólo encontraban méritos artísticos los efesianos a su templo. El culto a la diosa Diana se extendía por todo el mundo pagano, lo cual llevaba no pocos adeptos a la ciudad, revertiendo pingües ganancias para la población.
Y ya sabéis lo que ocurrió. Una noche ardió el templo, quedando destruido completamente. Los efesianos en un principio se llenaron de pesadumbre y ésta se trocó en furor cuando descubrieron que el incendio había sido intencionado.
Llevado ante los jueces el autor de semejante brutalidad y preguntándole la razón de ello, repuso:
-Para inmortalizar mi nombre.
A pesar de que fue condenado a muerte y de aplicar igual pena para quien pronunciase su nombre, no se frustró el propósito de Erostrato, éste era su nombre,
según recogió Teopompo en sus escritos. Yo me limito a recordarlo solamente.
Aquí en Granja teníamos que hacerlo al revés. Aquel que proclamase a los cuatro vientos y con más ahínco la hermosura de nuestra torre, deberíamos inscribir su nombre en los anales de nuestro pueblo y que su memoria perdurara, al menos entre nosotros, por los siglos de los siglos.
Iba diciendo, que si saltáramos de la torre, otearíamos desde lo alto el enclave de la “Hacienda de don Manuel”, con lo que supone de empaque un hotel de tal categoría para nuestro pueblo, en estos momentos venido a menos.
. Veríamos el esfuerzo por la elaboración y ejecución de todos los elementos adosados a aquella primera Cooperativa que tantos desvelos supuso para los pioneros de su montaje. Mi reconocimiento desde aquí para mi amigo Ismael Villarrubia por su empeño y para todos los que trabajaron y colaboraron para conseguirlo.
Vería también los tejados de las nuevas casas. Casas con todas sus comodidades. No vería la pobreza de tejados derruidos con la cocina al fondo comunicando con el extenso corral de usos múltiples, donde era frecuente la presencia de gallinas, cerdos y otros animales domésticos.
Y la charca del Poleo, ya sin las verdes ranitas de San Antonio sobre los juncales.
Y los Joyos donde cantaban las ranas en las noches de verano, cubiertas ya, oh, dioses, de escombros y cachivaches sus finas aguas. Desaparecerán las aneas de las charcas y de aquella tierra rojiza no saldrán más ladrillos macizos ni las tejas alisadas por las manos de aquellos tejareros que yo conocí.
Y el parque, y el cementerio, reposo de nuestros seres más queridos y ....¡Dios mío, cuántas cosas de las que está lleno el corazón!
Y aquí termino no sin antes daros un mandamiento que ya veréis es de fácil cumplimiento. No son ni de la Ley de Dios ni de la Santa Madre Iglesia.
Éste:
“To granjeño y toa granjeña siempre llevará a su pueblo y a su gente en lo máh jondo de su corazón y enjamáh reniegará d´el . Ma´h entoavía, jará patria ondequiera que se jallare”.


Antonio Fdez. Bozano



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