miércoles, 19 de noviembre de 2008

DIVAGACIONES Antonio Fernández Bozano

“ No por mucho madrugar amanece más temprano”, es un refrán harto dicho a diestro y siniestro, venga o no venga a cuento, y sin ton ni son.
Y pregunto yo: ¿Para qué esos madrugones intempestivos? ¿Amanece antes? ¿Es que por ello se adelanta más, se llega más pristinamente?¿ No es cierto que madrugando, al no haber todavía suficiente luz solar, hay un gasto excesivo de energía eléctrica, con la noche aún sobre nuestras cabezas?
Pues no, señor, no estoy de acuerdo con la susodicha fórmula refranero.
¿ No sería mucho más productivo en el plano laboral, que cada cual se levantara a la hora que le diera la real gana?
De esta forma, cada quisque iría descansado y sin llorarle a uno los ojos de puro sueño cual cotizada y lastimera plañidera.
Porque vamos a ver, señores, ¿no iríamos más despejado que un día de sol y con una cara de rosa biológica de las de antes, si en vez de levantarnos a las cinco de la mañana – perro despertador – nos levantásemos a las doce como muchos compatriotas?
¿Es que acaso nuestro cuerpecito serrano está hecho de material infungible y es más resistente que el del resto de los mortales?
Ojo a la cuestión, porque va en ello el desacato a uno de los artículos de más enjundia de la Constitución, que es aquel que dice: “Todos tenemos derecho a un trabajo digno…”.
Y digo yo, ¿es digno madrugar en contra de mi voluntad expresa, así sin más ni más? ¿No tengo yo también un corazoncito como el de la vecina del sexto que se levanta a las dos del mediodía, bostezando como un asno? ¿Es digno madrugar, eh, sin el consentimiento propio?
Para mí, que no desde luego, desde ahora y desde siempre, amén.
Madrugue en buena hora quien quiera y si le viene en gana y es de su gusto y le apetece, pero dejen al resto de los mortales madrugar a las doce de la mañana, buenísima hora para lo que sea y, si me apuran un poco, incluso para volverse a acostar otra vez.
Y, ¿qué dicen de lo contraproducente que puede ser el madrugar, según y para qué cosas?
En estos momentos se me viene a las mientes aquel suceso acaecido a un labrador de mi pueblo que creía a pies juntillas lo del madrugar y la ayuda de Dios. Pues resulta, que el pobre desgraciado se levantó bien antes del alba para transportar un carro de costales de trigo al doblado de su casa, así estarían al pairo de insidiosas tentaciones, y con el traqueteo, perdió un costal de aquellos de nueve arrobas. Como es de suponer, no aparecióle, y bien que se lamentaba del percance y suceso. El que lo encontró, que pasó por la misma senda que el que lo perdió, ese sí que recibió ayuda, y no de Dios precisamente, sino del madrugador noctámbulo.
¡Anda y madruga otra vez, ignorantón, pardillo, pajarillo con boqueras!
No hay que tomar los refranes al pie de la letra, pues sabido es, que los que los inventan y paren no los piensan madrugando, sino al calor de las sábanas y en consultas con la almohada.
Y más, habiendo la caterva de refranes que son la antítesis del madrugón. He aquí unos cuantos para abrir boca:
- Gente pobre, al alba en pie.
- Por mucho madrugar no amanece más aína.
- El aumentar, no se hace por mucho madrugar.
- No siempre el prosperar viene del madrugar.
- A quién mucho madruga, poco le dura.
Basten estos pocos para ejemplarizar; haya sosiego en las prisas, tengamos calma en todo, y no desesperemos. Tiempo hay y aún te sobrará aunque lento vayas y no madrugues.
Pasados cien años, todos calvos. Y en estas circunstancias y en tales edades, ni las prisas ni los madrugones sirven de nada. Sentiremos el relente bajo la tierra con los ojos vidriados e inmóviles. El no hacer y el no madrugar será ley y la acataremos sin rechistar. Tendremos unos amigos en las mismas condiciones y nos elegirán por nuestro sabor los mismos gusanos amigos, las mismas ratas amigas, idénticas amigas cucarachas negras, relucientes y asquerosas. Será el final de la vida hecha hedionda realidad.
Una madrugada eterna se vislumbra en nuestras pupilas estancadas en el tiempo sin prisas que las despierten.
Despacio, amigo, que no vamos a ninguna parte; y para llegar a donde inexorablemente hemos de ir, no hay que aguijonearse. Todo llega. Al final nos convertiremos, calmada y sosegadamente, en un estanque de pesado aceite. Siempre será de madrugada. Tendremos una venda oscura en los ojos durante la eternidad de una negra noche.

No hay comentarios: