miércoles, 19 de noviembre de 2008

PRIMER DÍA DE COLEGIO

PRIMER DÍA DE COLEGIO

9:00 Entré en el colegio y le di los buenos días a la profesora. Ella, con cierto tono de indiferencia, no exento de cariño, me contestó con la misma frase, añadiendo, que a continuación, dentro de la clase, nos iríamos presentando. Yo, cuando llegó el momento, con todo el candor de mis seis añitos, le dije mi nombre, Juan Cortés García, no sin cierto nerviosismo y con unos ojos tan abiertos como platos de comensal jayán. Después de que ella me interrumpiera acerca de mis zapatos nuevos, de un beig claro con las punteras ya manchadas por patear una mierda de perro - perdona el disfemismo-, continué con la presentación; que mi padre, hombre recto donde los haya y con un gran sentido del humor, se llamaba José, que ejercía de peluquero en un local situado en la mejor zona de la calle Mayor y que, de broma en broma, pensaba algún día afeitarle el bigote a Aznar, sin dejar de cobrarle y aun aceptar propina si llegase el caso, a pesar de su recién estrenada Presidencia de Gobierno. No podía ser menos, preciándose como se preciaba de ser socialista de toda la vida. Mi madre, continué ya metido de lleno en enumerar a toda mi parentela, una pelirroja guapísima que llevaba el pelo trenzado en una hermosa cola cuyo extremo lo lanzaba con cierta gracia, con un movimiento de cabeza, sobre su pecho, estaba siempre en casa, un trabajo que, para mí , debía ser muy difícil, pues mantenía quejas constantes sobre tener que ordenar, recoger, preparar esto, lo otro y lo de más allá. Le conté que tuve un nacimiento normal, si es que nacer por los pies en lugar de por la cabeza, se podía considerar como correcto y dentro de la más pura ortodoxia partera. Que entré a los tres años en una guardería y que me lo pasaba bastante bien, excepto cuando ponían arroz blanco en el comedor. Era de ver cómo tardaba, dándole vueltas y vueltas en la boca a aquel bolo pastoso hasta que lograba engullirlo gaznate abajo, atragantándome y casi saliéndoseme los ojos de las órbitas. Añadí que me encantaba ver la televisión, que jugaba con mis coches y mis “Power Rangers” cuando me encontraba aburrido y que a veces me hacía pipí en la cama, asunto del que no quería ni oír hablar. Puestos a contar, le manifesté que de mayor quería ser banquero, astronauta, joven y organista, (B.A.J.O.) decía mi padre ateniéndose a las iniciales. Finalmente me callé ya que la profesora dijo que era la hora del recreo.

9:30 Bajamos al patio a jugar. Era un patio de altas paredes con una red metálica en la parte superior. No sé porqué los mayores tienen esa manía de construir paredes enormes, para resguardar enanos de seis años, que nos impiden ver lo que hay detrás. Mi amigo Jordi, un niño paliducho, rubio y de ojos azules, de dientes mellados, le faltaban las dos paletas, se le escapaba el aire haciendo que las silbantes eses sonasen como efes- “ feñorita, dife Famuel que la fal eftá fofa”-, diría más o menos, estuvo conmigo dando vueltas al patio hasta que se cansó. Yo continué algunas vueltas más y poco después sonó un estridente timbre avisándonos para hacer filas. No sabíamos cómo ponernos, pero la señorita, con ademanes cariñosos, nos fue poniendo en orden.

10:00 Entré en clase y me dispuse a empezar la clase de manualidades. Previamente la señorita nos fue dando una serie de pautas para hacer bolitas de papel.
“ Se corta el papel de colores con las tijeras”. “Así, trocitos pequeñitos”. “ No te cortes con las tijeras, Pepito”. “Corta los trozos más pequeños, Jaumet”. Tenía la impresión de ser un majadero con tantas recomendaciones. Un papel es un papel y unas tijeras son unas tijeras. Empecé a hacer bolitas y aún me duelen las yemas de los dedos de tanto apretar aquellos boliches de papel de colores diferentes. Al ir a pegarlos, el compañero que estaba frente a mí, sufrió un ligero percance. A aquel bote de pegamento líquido no le salía el maldito adhesivo. Le quité el tapón, se lo volví a poner para removerlo, se lo volví a quitar y, apretando con todas las fuerzas de mis seis años, con las dos manos, salió un churretón que fue a parar a la cara de mi compañero que, ni corto ni perezoso, me tiró las tijeras con tantas ganas, que si no me ladeo me salta uno o los dos ojitos míos. La señorita llegó al revuelo y todo se saldó dándonos un besito cariñoso.
¡Uf, qué asco me dio!

11:00 La “seño” nos hizo cambiar de actividad cinco minutos después. De una caja de madera, iba poniendo encima de una mesa unas figuras coloreadas de distintos tamaños. Al sacar cada una de ellas, explicaba sus características con un maldito sonsonete que a mí me parecía harto pueril: “Mirad, ésta que parece un posavasos, es una redonda” (para mí, aquello era una figura circular), “es del color del sol” (para mí era de color amarillo), “es una figura no cuadrada” (eso era de una evidencia absoluta y que yo no lograba entender que tuviera que decirlo). A continuación de describir cada una de las figuras que sacaba, nos llamó a unos cuantos - no sé qué criterio empleaba- para que escogiéramos “una figura no redonda, no cuadrada, no roja y no pequeña”. No bien hubo terminado de decirlo, yo me avalancé sobre el triángulo verde grande para ser el primero en dar con la “difícil solución”, pero se me adelantó David.

11:20 Me agarré a las orejas de David por haberme quitado y levantar la figura que yo había adivinado, antes que yo. La señorita vino hacia mí con gesto adusto recriminándome la acción. Yo miraba las orejas de David. Estaban encarnadas como las cerezas del Valle del Jerte. Me castigaron a no participar en las siguientes soluciones. La profesora continuó con otra figura que había de ser “no pequeña, no azul, no amarilla, no triangular y no cuadarda”. El primero que levantó el círculo rojo fue David. Decidí no mirar más, no enfadarme, no pegar, no escuchar, no sentarme y sí esperar a que la profesora acabase con aquél estúpido juego y comenzásemos una nueva actividad.

11:40 Yo no sé por qué, pero la “seño” parecía estar un poco harta. Nos dijo que seguiríamos con otra clase de manualidades, porque a los niños les gusta mucho. No sé cómo pudo saberlo si yo no se lo he dicho nunca. Estos mayores tienen una imaginación, que no te quiero decir más. Nos repartió una pinzas de colgar la ropa, y cada uno de nosotros teníamos que componer una bonita figura con ellas. Mi mente se puso a funcionar, pero no lo tenía muy claro. Yo quería hacer un cocodrilo, un vaquero, una palmera, una marioneta y un tirachinas, pero finalmente, la señorita, dijo que haríamos un portaplumas para el papá. Mi gozo en un pozo. Pero, ¡ qué había hecho yo para desmontarme mis propósitos esta profesora tan cargante! Terminé el portaplumas y al llegar a casa lo llené de canicas.

12:00 Empezamos la clase de lengua. Familias de palabras. A continuación la profesora preguntaba a cada uno las que había hecho. Cubrir fue una de las palabras bases, y como puse “descubrido” en la familia, la “profe” empezó a hablar de un tal Participio (para mí que se dice participo, pero ella sabrá) que lo hace en “ado”, en “ido”. No entendía qué quería decirme. Ahora lo he “descubierto” con el paso de los años.

12:30 Siguiendo el horario, ahora nos tocaba ciencias naturales.
Hacía un día de mil demonios. La lluvia azotaba sobre los cristales y un viento racheado levantaba las persianas golpeando en las ventanas. Así empezó:
“ En primavera las flores germinan, es decir, sacan estos botoncitos (señalaba en un mural con la punta de un palo), las yemas, que se convertirán en florecillas y en hojitas”. “La flor, continuó hablando, tiene una parte masculina y otra parte femenina”. “Las abejas sacan la miel de las flores”. “ Que al igual que las personas - no sé si las abejas o las flores- tenían unos óvulos”, que salían de una cosa que creo que se llamaban huevarios y que se juntaban con los espermazos producidos en los testigos y que salían por un peine, o cosa parecida, porque la verdad es que no me acuerdo de esos nombres tan raros. Yo ya estaba de la clase hasta los boliches.

13:00 Llegó la hora de comer. Nos hicieron entrar en una sala enorme llena de mesas redondas con cuatro sillas alrededor de cada una. Quise ponerme agua en el vaso y uno de los compañeros y yo no nos pusimos de acuerdo quién sería el primero en ponerse. Solté de pronto la jarra y toda el agua fue para los pantalones de mi vecino. No había arroz.

14:00 Terminamos de comer. Subimos al patio donde estuve haciendo la cabra con otros cabritos como yo.

15:00 Empezamos las clases de la tarde con Lengua Catalana. Debíamos hacer una redacción sobre nuestro primer día de escuela, creo recordar, y a continuación teníamos que leerla. Primero la leyó David, luego Jordi, a continuación Mónica, Carlos y María. Después de tanto esperar, me tocó a mí. No pude leerla entera, porque la profesora no me dejó, creo que me tiene manía. La redacción, más o menos, decía así:
“ Hi havia una vegada un gatet bonic i bo que posseïa una mare dolentíssima que l´enviava sempre al col.legi on hi havia una mestra dolenta que...”. No recuerdo más.¡Hace tanto tiempo que sucedió!

16:00 Dimos una vuelta por la manzana como visita instructiva y de conocimiento del barrio. Nos pusimos en fila de a dos y nos dimos la manita. Me tocó con David que se había estado comiendo un caramelo y llevaba las manos acarameladas y pegajosas. Visto el panorama, volvimos a clase y tuvimos que dibujar todo lo que habíamos visto. Yo no sé qué es lo que había visto, si es que había visto algo, de lo que estoy seguro es que dibujé el cogote de María que era la que justamente llevé delante de mí durante el trayecto. Aún no entiendo por qué me riñó la profe. Para mí, el cogote estaba bien pintado, con un color rosa pálido que se entraba por los ojos. Me tiene manía.

17:00 Salí del colegio. Llevaba a las espaldas una cartera más grande que yo y que me daba continuamente en las pantorrillas. La profesora dijo que bajásemos las escaleras con las manos detrás. Yo, con el bultazo de cartera que llevaba, no era capaz de ponerme las manos en tal posición. Así, que decidí situar las manos detrás, pero en el cogote con los dedos entrelazados. David me empujó y, no dándome tiempo de desenlazarme los dedos, es por lo que tengo dos dientes restaurados.

17:00 Llego a casa. Hogar, dulce hogar. Mi madre me pregunta qué he hecho en la escuela. “Bolitas, bolitas y más bolitas”. Pero mamá, le dije, prepárame un bocadillo no pequeño, no solo, no poca mantequilla, que tengo no poca hambre.

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