viernes, 5 de diciembre de 2008

PISTOLO
Hace treinta años, Víctor Alvarado Pozo,de feliz memoria, hombre de verbo fácil, prosaico redactor local del periódico HOY, hizo una entrevista al, quizás, más popular personaje de estos últimos años. Quiero rememorar desde aquí, a aquel hombre sencillo que polarizó la vida de este pueblo, sin distinción de clase social. Un hombre que pervive en nuestro recuerdo sin otros parámetros que su candorosa sencillez: Florencio Romero Cabezas, Pistolo.
Nada sé de su nacimiento, poco importa al caso, pero recuerdo que si alguien le preguntaba la fecha, con marcada expresividad meteorológica, respondía que aquel año nevó mucho, y como referencia cronológica, que era de la quinta del hijo de Corrales. Pienso, Florencio, que sería un año magnífico si nos atenemos al refrán “año de nieves, año de bienes”. Naciste con una estrella blanca salpicando copos de nieve. Nada sé de tu infancia y poco de tu juventud. No sé nada de tus padres, linaje, ni si tenía rancio abolengo o era plebeyo como la gran mayoría. No sé tampoco si eras loco o cuerdo, torpe o listo. De tal manera me he acostumbrado a relativizar las formas y las apariencias, que una galaxia de dudas inundan mi opinión y un mar de ignorancia me impiden una definición taxativa. Nada sé de lo que sentirías en tu alma ante la contemplación de los trigales manchados de amapolas rojas,de tus emociones ante una puesta de sol, ni de tus arrobos ante el paso de una mujer. Sólo tengo vagos y deshilvanados recuerdos que se pierden en lejanía del tiempo. Y así como don Quijote fue hijo de sus obras, como cada cual, Florencio, tu fuiste hijo de las tuyas, y destacaba sobre todas, la bondad.
Era más bien bajo, de cierta robustez, de no muchas carnes y gran madrugador. Algo cargado de espaldas y de brazos un tanto largos, que fueron acrecentándose, vencido tal vez por cargas continuadas, con el paso de los años. Frente despejada y unos ojos pequeños, en otros tiempos vivarachos, que se fueron truncando en noche azul. Barbilla de mentón prominente, más acusada al fin por su falta de dientes. El andar espaciado, de adelantar caminos y un asiento de pies bastantes inseguros y torpes . De genio apacible que en ocasiones se tornaba colérico tocante a algunos puntos en los que consideraba llevar razón. Y desde aquí doy fe, sin petulancia por mi parte, que era rara la ocasión en la que dejaba de llevarla y tenerla. Todo ello embutido en un alma gigante. Era pobre; pobre, sí; pero su pobreza le hacía amar la vida y la pregonaba. Diógenes también fue pobre y, según su filosofía, la virtud, y tú la tenías, Florencio, es el bien soberano, y para ser sabio, sólo hay que saber librarse de las apetencias y reducir al mínimo las necesidades. Fuiste, Florencio, sin el menor resquicio de ironía, un sabio sin entrecomillado.
Te levantabas sin hora, no tenías que dar explicaciones a nadie. Un reloj, que enseñabas con orgullo, marcaba tu tiempo. Un reloj acerado, grandote, al que no sabías leerle los números y ni puñetera falta que te hacía. Tenías todo el tiempo del mundo para ti. Tú, Florencio, no pertenecías al follón y al aborregamiento, sino al sin número de los libres y solitarios. Todos los solitarios irán, iremos a tu lado. Creemos que vamos solos, pero formamos un gran batallón. Te levantabas antes de apuntar el alba y allá que te ibas a la panadería buscando calor, el calor humano y el que desprendía la boca del horno de leña en el que se cocía nuestro pan de cada día.
Hacía frío. Tú siempre tenías frío, Florencio, incluso en verano. Llevabas marcado en el cuerpo tu nacimiento de nieve. Helada mañana-noche de invierno. La luna se miraba en los espejos empañados de los cristales del hielo. Espero en la Parada la llegada de LEDA. Pistolo anda trajinando bultos desde dentro del bar de Victoriano a la puerta, depositándolos sobre la acera, bien arrimados a la encalada pared. Lleva puesto un abrigo largo de color gris, algo raído; un jersey azul de cuello vuelto, abrochado con una cremallera plateada, caminito de ida y vuelta, que le abriga la garganta; dos pantalones, uno encima de otro, y unas botas marrones de punteras remangadas. Cubriéndole la cabeza, un pasamontañas recogido sobre la frente y en la comisura de los labios, un cigarrillo de los de liar con los rebordes negros, a medio apagar. Una estampa del más típico estilo velazqueño. Entre bulto y bulto, un sorbo de café con leche, humeante y bien desleído el azúcar, con parsimonia y temple, a vueltas de cucharilla. A continuación, como si fuera un rito, saca un trozo de pan envuelto en papel de periódico y lo trocea migándolo en el café. El vaso no rezuma ni rebosa una gota.
Se proyectaba por entonces la película “La saeta rubia”. Ya sabemos lo “merengón” que era el amigo Pistolo. No creo que nadie pudiera encarnar más apoteósicamente al legendario futbolista que Florencio. Y así, le vimos efectuar la más espectacular propaganda que contarse pueda en los anales de La Granja de Torrehermosa por lo que respecta a esta película. De punta en blanco, como correspondía, con los colores del equipo que marcaba su afición futbolera, fue repartiendo prospectos, envuelto por la chiquillería de entonces en una verdadera simbiosis colectiva con el personaje, tanto por quién era, como por a quién representaba. El Real Madrid era para Pistolo el mejor, el imbatible, el campeón. Cuando alguien, con sorna, simplemente por oírle, se metía con el Madrid acerca de su calidad futbolística, respondía, a falta de argumentos que convencieran al opositor de turno, no sin cierta pasión y con verdadero enfado: “¡que sí, que sí, según tú !”. Muy bien, Florencio. No hay argumento más contundente que la razón demostrable. Tú no tenías que argumentar nada, te remitías a las pruebas que eran más que evidentes. Y si, en vista de la obcecación de tu contrario, no se avenía a razones, tú se la dabas, sin más, como a los tontos: ¡ que sí, hombre, que sí para que te calles !,quedándolo con la palabra en la boca, preso y rendido ante tu valerosa e intransigente postura en sostener lo que estaba REAL-mente claro. También don Quijote se las tuvo con algunos de sus asuntos y bien que lo definió con aquello de “la razón de la sinrazón”. A aquellos que no querían aseverar y manifestar la belleza de su señora Dulcinea sin haberla visto previamente, les decía: “ Si os la mostrara, ¿ qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria ? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender”. Pues con el Madrid, Florencio, eso y más, pues ahí están las copas de Europa.
Vivir el personaje de una obra de teatro, de cine, de cualquier acto representativo, no es signo de ningún tipo de paranoia. Para entender bien el personaje en toda su amplitud, hay que meterse dentro, alegrarse con él, divertirse con él, tomar decisiones con él, que ayuden a esclarecer y solucionar hechos. Al amigo Florencio le producía un gran divertimiento las películas del oeste americano, las policíacas y cualquiera que introdujese en el guión aspectos de acción. Era digno de ver cómo vivía el personaje, el del “valiente”. Hablaba con los actores desde su privilegiado asiento de gallinero, enfrascado en la acción como si realmente él fuera parte de la misma. Espoleaba y fustigaba al caballo persiguiendo a los “malos” - indios y vaqueros de mala catadura -, con gritos de apoyo rayano en lo quijotesco, como un verdadero desfacedor de entuertos del Far West americano.
Pistolo no era apolítico. Ahora que la mayoría sufrimos desencantos por las actitudes poco éticas de una parte de los políticos, él fue siempre fiel a aquel gobierno que mantuviera su pequeño respaldo económico. Su voto electoral nunca estuvo mediatizado, votaba a su padre económico del momento, fuera Suárez, Calvo Sotelo o González. Una pequeña paga que en los primeros tiempos era de “un billete verde y la mitad” - según su propia expresión - y que ahorraba en una cartilla que le mantenía el “Banco de Víctor”. Imagino que su economía, dentro de lo limitada, le permitió vivir a su aire sin excesivos agobios, ya que sus necesidades básicas las tenía, de alguna manera, cubiertas. Pedía los domingos a aquellos que consideraba sus amigos, sus conocidos. No andaba con remilgos ni pantomimas, se dirigía, cómo diría yo, con cierta exigencia, si tú quieres, a lo valiente, a tiro hecho, con la certeza absoluta de que aquella persona no le defraudaría ni le iría con evasivas. Tenía una idea clara de la justicia distributiva y era sabedor de que había que compartir, eso era todo. Y eras tan comedido, amigo Florencio, que sólo pedías los domingos dando una prueba de altruismo en sumo grado. Ya no tendré esa mano serena tendida amigablemente cuando me veías en la puerta de la iglesia durante mi estancia veraniega.
Hubo un tiempo en el que permaneció en el asilo, pero ya se sabe, los ruiseñores no son para tenerlos enjaulados. Seguro que estuvo bien cuidado, no me cabe duda, pero pudo más su sentido gregario hacia el pueblo, hacia el pueblo que le vio nacer, hacia la gente que le vio crecer, que tener como marco una residencia donde su vuelo fuese abatido por la norma y la regla. Qué sentimientos inundarían su alma de niño, qué añoranzas le arrobarían el corazón, qué nostalgias que no pudo resistir y, cogiendo su hatillo, se volvió con nosotros.
Beni, la mujer de Manolo “Buscalío”, bien sabe de sus últimos tiempos. Abnegada y desinteresadamente le preparaba y le aseaba la ropa con exquisito cariño. Tenía para él esa palabra amiga, le regañaba si así lo merecía. Gracias, Beni; hiciste lo que te dictaba el corazón sin más recompensa que una mirada de agradecimiento, un gesto de complacencia y una palabra que le saldría de lo profundo de su alma. No quisiste quedarte ni con el transistor que le sirvió de compañía en sus largas noches. Mudo y silencioso le acompaña en su ataúd.
Florencio, creíste que estabas solo, dudaste de la compañía. Ahora sí estás solo, solo ante el hambre, solo ante el frío, solo ante los besos. Eres el adalid de la soledad, de la independencia. Sigue tu camino, no necesitas a nadie, sigue así con la terquedad de la mosca. Estás solo, completamente solo, la soledad de no estar ni consigo mismo. Pero ante esta soledad, piensa, Florencio, que siempre habrá alguien que vea un ruiseñor camino de las estrellas.
Antonio Fernández Bozano

Mi agradecimiento a Rafael “ El Cagueto” por la información que me ha proporcionado.

No hay comentarios: